"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

martes, 15 de diciembre de 2009

Sueño de cristal.(I)


Como cada noche, aguardé la llegada tardía del sueño, que siempre se entretiene y no tiene prisa por visitarme.
Pero aquella noche fue especial. El sueño, al parecer arrepentido por hacerme esperar tanto, me obsequió con una preciosa fantasía.
Tuve un sueño delicado, transparente y reluciente. Un sueño perfecto. Un sueño de cristal.
Yo me encontraba en un verde prado, cuya extensión se perdía en el horizonte. Una suave brisa soplaba, revolviéndome el pelo y jugando con mi ropa. Fue esa brisa la que me hizo girar la cabeza. Entonces lo vi. Aquella fantasía.
En realidad era un chico. Un chico creado con el cristal más fino y transparente, perfecto, sin ningún defecto.
Era todo transparente excepto los ojos, que eran de un azul translúcido que parecía el del mismo cielo.
Se reía y gesticulaba, parecía que hablaba con alguien. Pero allí no había nadie.
Quedé totalmente maravillada por aquel ser perfecto. Todo en él era perfección: su cuerpo, su voz, su risa, sus movimientos.
Intenté acercarme pero todo intento era en vano. A cada paso que yo daba, él se alejaba. Avancé más y más rápido, pero siempre aquel abismo entre nosotros. Era como intentar alcanzar el arco iris. Y realmente lo parecía. La luz de un gran sol lo atravesaba, dibujando en la hierba figuras multicolores que danzaban y jugueteaban con cada movimiento.
Me resigné a seguir observando y admiré su belleza. Yo intentaba compararlo con algo conocido, pero era imposible. Su belleza era desmesurada. No existía nada parecido.
En ese momento, como si por fin se hubiera percatado de mi presencia y de mis miradas, se volvió y clavó en mí aquellos ojos.
Hubiera dado mi mundo entero por sus ojos.
Me sonrió, mostrando su dentadura perfecta y brillante y…
Desapareció.
Me desperté en mi cama, con lágrimas en los ojos y una sonrisa enorme en los labios.
Los latidos de mi corazón resonaban en mi mente, aún semidormida. Me llevé la mano al pecho. Increíble. Estaba totalmente desbocado. Respiré una y otra vez, despacio. Inspirando, espirando. Hasta lograr tranquilizarme.
En ese momento entró mi madre, irrumpiendo en mis pensamientos.
-¡Buenos días, cariño! ¿Has dormido bien?
Sonreí en la oscuridad.
-Sí, mamá. Mejor que nunca.

Aquel día no presté atención en clase y pasé las horas en las nubes. No podía dejar de pensar en el chico del sueño. Ojala se repitiera aquella noche. Me emocioné ante la idea.
La tarde transcurrió dolorosamente lenta. A medida que se acercaba la noche, mis nervios aumentaban. Tanto, que mi madre me preparó una infusión de hierbas.
Por fin llegó la hora de acostarse. Estaba cansada y la infusión había surtido efecto: estaba relajada, tranquila.
No tardé mucho en quedarme dormida aquella noche. Y volé al mundo de los sueños. Yo estaba de nuevo en el mismo prado, pero ahora era de noche. ¿Dónde estaba él?
Lo busqué por todas partes, y finalmente llegué a aquella colina. Era difícil distinguirlo entre la hierba, debido a que se encontraba tumbado boca arriba, observando las estrellas. Era una noche sin luna, pero miles de estrellas brillaban en el firmamento.
En sus ojos se reflejaba su luz.
Los verdes brotes se podían ver a través de su cuerpo transparente.
Me acerqué a él con decisión. Hasta ese momento, no había creído ni a los mejores sueños capaces de crear algo tan hermoso.
Cuando me di cuenta, me encontraba arrodillada junto a él.
Parecía sumergido en el cielo, en los pequeños puntitos de luz que parpadeaban en el oscuro manto que nos cubría.
-Has tardado en encontrarme.
Me resultó tan extraño oír su voz que miré a ambos lados, buscando el origen de aquel sonido.
Entonces bajé la mirada y me encontré con la suya.
Me había hablado. A mí.
-¿Me estabas esperando?. Pregunté, incrédula.
Él sonrió al ver mi cara de asombro.
-Sabía que vendrías.-tras decirme esto, volvió a mirar al cielo.
Yo no sabía qué decir. Una nunca sabe qué hacer en un sueño. Por cierto… ¿Dónde estábamos?
-Esto es mucho más que un sueño. Vaya pregunta. Estás en mi mundo, en el mundo de los sueños.
¿Cómo sabía lo que estaba pensando? M
Me miró fijamente, leyendo mis pensamientos. Siguió hablando.
Me contó la historia de su mundo, de su gente, que variaba de forma inimaginable.
Me contó mil y un cuentos, tan bonitos que conseguían emocionarme.
Le pregunté por él, pero cambiaba de tema o se iba por las ramas.
De repente, comencé a desaparecer. Mi cuerpo se iba difuminando poco a poco, mientras él sonreía.
Lo entendí. Estaba volviendo a casa, a mi cama. Al mundo real.
Antes de desaparecer, lo miré, zambulléndome en el mar de sus ojos.
Otra vez el mismo sueño, pero diferente.
¿Realmente fue un sueño? Era demasiado real para serlo.