"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

viernes, 31 de diciembre de 2010

"Stay."


El coche de mi padre olía como siempre. Me acomodé entre las cajas de dulces navideños y los abrigos, y me cubrí con una manta de viaje.
“Allá vamos”.
Diciembre se había apoderado de nuestra ciudad, que nos despidió totalmente envuelta en una niebla densa y amarilla. Era muy temprano y había muy poca gente en la calle, tan sólo pequeños grupos de inmigrantes que comienzan a trabajar antes y terminan más tarde que el resto de ciudadanos.
Yo no sabía estar sentada en el asiento de un coche sin escuchar música, así que encendí mi pequeño Ipod. Giré la ruletita y fui saltando de canción en canción: nada, ninguna canción era la suficientemente buena.
Cerré los ojos, en un intento fallido de no recordar. Y casi a la vez que yo dejaba la mente en blanco, el cielo se abrió y dejó resbalar agua fría por su trampilla gris, haciendo mucho más difícil el viaje.
Mis padres escuchaban la radio, y la voz del locutor y el ronroneo del motor me adormecían, así que miré por la ventanilla nublada.
Me gustaba observar las efímeras carreras que las gotas de lluvia hacían en la ventanilla del coche. Una gota más grande se dividía en muchas más pequeñas, que luchaban por ser las primeras en llegar al otro extremo; sólo una era la ganadora.
Me recordaba a la vida misma, e imaginaba que algo parecido ocurría en el interior de una mujer.
A un ritmo constante, las farolas que vigilaban la carretera a ambos lados dibujaban mi cara somnolienta en el cristal, que rápidamente volvía a desaparecer.
La niebla opaca se condensó en mi vista y formó una imagen: tres paredes y una puerta, las cuatro fronteras de mi pequeño país de las maravillas, donde no hay botecitos con un letrero de “Bébeme” ni pastelitos con palabras escritas en azúcar glas, “Cómeme”.
Hay juguetes, muchas cajas que ignoran los recuerdos que contienen, un ventilador roto y un par de esterillas de playa. Allí nunca sale el sol: sus habitantes encienden velas cuando la oscuridad se despierta, velas pequeñas y grandes, blancas y también de colorines; velas de muchos olores.
No existe el tiempo y las preocupaciones están prohibidas. Si te atreves a dudar, eres hombre muerto. Y sin embargo, cuánto ansiaba volver, echaba en falta las lágrimas de sabor a mango y las risas que me dejaban sin aire, haciéndome caer en tus brazos para recuperarme, así como el olor a cereza de la felicidad. Quería volver y escalar hasta tu hombro derecho, para saltar al vacío y volar por un instante, despertándome en tus pestañas. Tú cerrarías los ojos, y resbalaría hasta tu barbilla, donde tu barba de color claro me haría cosquillas y me robaría la fuerza. Finalmente te aburrirías de mis juegos infantiles y me recogerías con tus manos, aunque yo seguiría riendo entre dientes, porque sé que te gusta.
Imaginé todo aquello para no pensar en el exterior, en el mundo real, y, sobre todo, para olvidarme de que el año estaba a punto de morir, y el 2011 me daba mucho muchísimo miedo. Ese año todo cambiaría, y yo quería estar segura de que mi cuerpo soportaría los cambios. De repente te sentaste a mi lado y me abrazaste con fuerza, como un segundo cinturón de seguridad, recordándome que me iba y pasaría dos semanas fuera, sin verte… Sin poder abrazarte como en ese momento.
Súbitamente volví a la realidad, y al prestar atención a la canción que golpeaba mis oídos supe por qué. Era el típico momento en el que, casualmente, sonaba la canción indicada.

Oh please, please stay just a little bit longer
.


Pero nadie podía obligar a nuestro cansado año a quedarse, y no quedaba más remedio que seguir hacia delante.

martes, 21 de diciembre de 2010

La biblioteca.


Deva encontró la biblioteca en la planta baja del palacio, justo debajo de su nuevo dormitorio. En la puerta de madera oscura habían tallado unas palabras extrañas que no pudo comprender, y el picaporte era de bronce.
Antes de abrir la enorme puerta, Deva intentó imaginarse el interior. Sería una sala gigantesca, con las paredes cubiertas por estanterías de madera donde descansarían libros antiguos con secretos terribles, y el suelo estaría protegido con una moqueta. ¿Habría mesas, asientos? Sólo tenía que girar el picaporte para disipar sus dudas.
La puerta se abrió con un quejido, y Deva ahogó un grito de admiración. Tal y como ella había imaginado, la biblioteca era enorme, y estaba rodeada por estanterías llenas de color debido a las diferentes y extravagantes cubiertas. Había una gran chimenea de piedra al fondo, donde el fuego crepitaba, y unas butacas oscuras. Pero se había equivocado en una cosa: no había moqueta; el suelo estaba decorado con alfombras de diferentes diseños y tamaños, dejando algunas zonas del suelo de madera al descubierto.
Estaba sola, así que arrastró con temor las zapatillas prestadas y se acercó a la estantería que había a su izquierda, donde encontró libros escritos en griego y latín. En la siguiente reposaban libros de historia, y reconoció algunos. También había una estantería con clásicos, novelas que todo el mundo conocía, y que ella había leído.
Fue entonces cuando encontró la estantería de los libros escritos en alemán. Deva escogió uno al azar y contempló el título: “Mein Kampf”.
-Has escogido el que menos me gusta.
La niña se giró y se encontró con Helle, que vestía una túnica blanca que contrastaba con su pelo. La dueña de la preciada biblioteca la observaba desde una de las butacas, con una sonrisa torcida. Al ver que Deva no respondía, continuó:
-Sin embargo, me gusta tener una copia; de todo se puede aprender algo. No te preocupes, pronto serás capaz de leerlos todos.- dijo mientras abría los brazos, abarcando toda la sala.
Deva dejó el libro en su sitio y miró con cautela a la mujer, que a la luz de las llamas parecía más siniestra que por el día. En el exterior, volvió a aullar un lobo, y Deva sintió como un escalofrío recorría su espalda.
-¿Por qué quería que viniera?
-Quiero enseñarte el Palacio, y esta es mi habitación favorita, aunque me trae demasiados recuerdos, que intento esquivar. Tienes permiso para venir cuando quieras y leer todo lo que te apetezca; puedes preguntarme cualquier duda.
Ésa era la señal que estaba esperando.
-¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?
Helle suspiró y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, había lágrimas violetas en sus pestañas.
-El que haga falta. Estarás aquí hasta que dejes de estar en peligro, aún hay muchas cosas que no encajan.
-En… ¿en peligro? ¿Qué…?
Deva no terminó de hablar. Había descubierto un cuadro colgado en la pared que había a espaldas de Helle. Era una de las pocas zonas donde no había estanterías.
Deva olvidó sus modales, olvidó que sólo era una invitada, y corrió hacia la pintura, que reflejaba dolorosamente bien la realidad.
El marco era negro, con formas sinuosas, ondulantes, que sin duda imitaban el caprichoso fuego que había pintado en el cuadro.
El fondo era oscuro, como el marco, pero había una enorme llama que contenía símbolos extraños… pero lo más extraño era el portador de la llama: se había cubierto el pelo con una tela negra y llevaba el torso al descubierto. Era delgado y sus ojos marrones brillaban, enamorados del fuego, que se volvía manso en sus manos grandes. El malabarista la miraba fijamente, con las cejas levantadas y una sonrisa coloreada de rojo.
-¡Es él! ¡El malabarista!
Helle estaba a su lado, pero su mirada estaba apagada.
Deva seguía con la boca abierta, y gesticulaba como una loca.
La princesa del trono de cristal se había serenado, y miraba al vacío, con la mirada muerta.
Dentro de Palacio, en el pasillo donde se encontraba la puerta de la biblioteca, aulló un lobo, y esa vez Deva no sintió miedo, sino que se dejó envolver por la tristeza y agonía del aullido que rompió el silencio, un aullido que había escondido Helle en el fondo de su corazón violeta.
Siento mucho mi ausencia, he estado de viaje y la navidad no me deja demasiado tiempo. Espero que esta entrada esté a la altura :) Pasaré por vuestros blogs en cuanto pueda. Gracias a todos, y Feliz Navidad :)

lunes, 13 de diciembre de 2010

Learning to fly around the clouds.


Hoy me he dado cuenta de lo viejo que es el año, y de lo poco que le queda de vida.
Si miro atrás, aún respiro el olor salado del mar, y puedo sentir las caricias furtivas de tus manos dedicadas a la música.
Este año ha tenido absolutamente de todo, y por eso me ha gustado tanto. Reconozco que han pasado cosas increíbles, en el buen y en el mal sentido, y creo que precisamente eso es lo que le da un toque mágico y especial.
Últimamente me siento algo débil, como si el tiempo transcurriera demasiado deprisa para mí, como si las piernas no me respondieran, no a tiempo. La cabeza me da vueltas por la cercanía del nuevo año. ¿Qué traerá consigo? Será difícil superar estos trescientos sesenta y cinco días, pero tengo la esperanza de que así será, pues aunque no haya empezado, tengo muchísimos planes para el 2011. Pensar en eso me obliga a reflexionar sobre el futuro en general, y me sorprendo al descubrir lo ansiosa que estoy por vivir. Quiero viajar por países nuevos, volver a visitar los que ya conozco, para descubrirlos del todo, quiero mejorar como persona, aprendiendo a pulir mis errores, a dejarlos brillantes como la plata volátil, y quiero descubrir que, aunque esté prohibido, puedo quererte más de lo que ya te quiero. Sí, me encanta ir contra el mundo, porque ir a favor es demasiado fácil, no supone ningún reto.
Estoy impaciente por ver a mi pequeña sobrina con la boquita llena de dientes blancos y perecederos, así como por oír sus palabras, que cada vez son mejores y más complejas. Nadie sabe lo mucho que la quiero. Me encanta su cara gordita, que siempre, siempre, sonríe; excepto cuando el llanto rompe sus facciones, y mis lágrimas luchan por unirse a las suyas, más puras e inocentes. Me gusta ver cómo se mantiene ella solita de pie, y cómo se tambalea al intentar andar. Aun así, lo intenta y lo vuelve a intentar, y sólo espero no perderme sus primeros pasitos de pequeña aprendiz.
Hay tanto que vivir, tanto que aprender… Leer, escribir, soñar, reír, llorar de alegría, suspirar de amor, descubrir nueva música, nuevos lugares donde el espíritu, simplemente, vuela.
Este año he aprendido muchísimas cosas, algunas me han dejado sin aire, quitándome la ilusión y la esperanza, pues la enorme cara de la hipocresía a veces lo oculta todo. No obstante, he aprendido que a veces hay que ser fuerte, mirar al frente, y retener las lágrimas, porque hay gente que no merece vislumbrarlas. Hay veces que tenemos que decir que no, y seguir adelante sin la compañía de personas que te acompañaron mucho tiempo, y que ahora rehúyen tu mirada. Todo eso vale la pena, porque, más tarde, cuando te acostumbres a tu nueva situación, valorarás muchísimo haberte deshecho de lo innecesario y dañino, porque será un impedimento menos para disfrutar al máximo de los momentos que surgen cada día, momentos que pueden convertirse en inolvidables si conoces la receta secreta, momentos que nunca volverán y que sólo acuden a ti una vez.
Hablo de esa sensación embriagadora que siento cuando vuelvo la vista hacia atrás, cuando tomo de la mano recuerdos saltarines, testigos de que el tiempo pasa sin que nos demos cuenta, de que no hay marcha atrás. No me queda más remedio que aprovecharlo al máximo, y seguir hacia delante: norte, sur, este u oeste, el tiempo lo dirá.
Seguiré mi propio camino, y giraré aquel recodo.
Sí, tengo ganas de que comience el nuevo año, porque es una oportunidad genial para hacer realidad algunos sueños que me quedan, y otros muchos que nacen en mi almohada cada noche, sueños de algodón y plumas blancas, de purpurina y color naranja, sueños de luz. Y son los sueños los que me ayudan a volar, a ascender poco a poco. Todo el mundo puede volar.

I'm learning to fly but I ain't got wings

sábado, 4 de diciembre de 2010

Sólo hay una manera de saberlo


Miró fijamente mis rodillas de hueso, intentando evitar que flaquearan y me hicieran perder el equilibrio, pero no lo consiguió. Me dejé caer en el suelo que poco a poco había enfriado diciembre, y creé un plan, arriesgado, intenso, magnífico.
Me levanté con lentitud, sin dejar de mirar sus ojos claros, y comenzó la terapia.
-Sólo hay una forma de acabar con tus dudas; una prueba.
Él estaba tan asustado como yo, pero leí en sus labios las palabras antes de que las pronunciara: estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Si no superábamos la prueba, sería evidente que tendríamos dificultades para seguir adelante, pero si lo conseguíamos… dejaríamos atrás las dudas, los temores y las estupideces para siempre. Era uno de esos momentos en los que había que inspirar con fuerza, profundamente, había que seguir adelante, pues todo nuestro mundo dependía de aquello. Pero era la única solución.
Cerré sus ojos y acaricié con suavidad su cara, recorriendo una y otra vez recodos tranquilos donde se refugiaron mis besos. Mis párpados cargaron con todo el peso del momento, y cayeron. Así, ambos ciegos, me acerqué con cuidado y rocé mis labios pequeños con los suyos, sin lujuria, pero con pasión contenida. Noté cómo él se estremecía, y escuché el palpitar de su corazón, al que iba destinada la prueba.
Su boca respondió a la mía, y me besó, despacio. Me separé y palpé su frustración, pero permaneció inmóvil. Tomé su mano y la deslicé por mi muñeca, por mi brazo desnudo. Las yemas de sus dedos contenían dulces cosquillas que me hacían enloquecer, pero me contuve, y uní las palmas de nuestras manos. Las hice girar en el aire y me coloqué detrás de él, que seguía sin moverse, lo que me hizo pensar si todo aquello serviría de algo. ¿Estaba perdiendo el tiempo? ¿Me respondería con un doloroso “no”?
Respiré hondo y acaricié su espalda, poco a poco, y besé su nuca. Bailamos abrazados por la habitación, sin abrir nunca los ojos, y me refugié en su pecho. Su aroma…hacía aflorar todos mis sentimientos, exponiéndolos. Me abrazó y olió mi pelo, dejando caer besos sobre el resplandor cobrizo. Reuní fuerzas, y hablé desde allí:
-¿Lo sientes?
Rodeé su cuello y seguí la forma de sus rizos con mis dedos.
-¿Qué susurra tu corazón?
-Me está recordando momentos que hemos pasado juntos.
Y comenzó a contarme momentos, a desenterrar algunos otros, diminutos, que yo había olvidado. Aquel día que fuimos a la playa, cuando conocí a sus padres, la primera vez que nos dijimos “te quiero”, cuando se dio cuenta de que me querría siempre…
Le temblaba la voz, y supe que iba por buen camino. Lo abracé con fuerza y sus manos navegaron en mi pelo.
-No puedo vivir sin tu pelo, sin tus ojos de color cambiante.
Me abstuve a abrir los ojos y decirle que eso nunca pasaría, lo que hizo que el nudo en mi garganta se apretara un poco más.
Volví a caminar por su rostro, acariciando un paisaje que me sabía de memoria, y supe que él tampoco había abierto los ojos. Y al volver sobre mis pisadas, me di cuenta de que nunca podría saber cuánto lo quería, porque era demasiado, no podía asimilarlo, pero en ese momento mis manos me lo transmitían, y la cifra era abrumadora, infinita.
Cuando mis lágrimas resbalaron por mi cara, él abrió los ojos, y me abrazó con fuerza.
-Has conseguido romper el círculo vicioso de las dudas, ya no tengo ninguna. Sé que me quieres, tanto como yo a ti, y que superaremos cualquier obstáculo.
Seguí llorando, pero con una sonrisa de alivio, sin miedo, pues habíamos superado la prueba.