"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

domingo, 20 de febrero de 2011


Últimamente tengo tantas ideas en la cabeza que las palabras tropiezan conmigo, y acaban no diciendo nada. Me he dado cuenta de las cosas cambian demasiado rápido, sin darte tiempo para acostumbrarte a una situación o a otra. Sin embargo, me parece emocionante tener miles de aventuras cada día, positivas o negativas, pues de todas aprendo algo, y todas tejen con hilo lento mi vida. Que todo suceda deprisa me hace pensar que no soy libre, pero, como siempre, me salgo con la mía, y consigo momentos en los que el tiempo se detiene y permanece en un lugar concreto del mundo. A veces, el azar acompaña, y, cuando menos lo espero, sucede aquello que tanto esperaba. Tengo que evolucionar, cambiar al compás de los acontecimientos, para no quedarme atrás. Si quiero algo, llegará, y encontraré esa delicada magia en personas asombrosas que tienen mucho en común conmigo. No importa que el resto permanezca estancado en el pasado, ni tampoco que me ofrezcan su mano cuando paso cerca. Decidí cerrar los ojos y seguir adelante según mi camino… lo que resulta difícil cuando no conozco su ruta exacta. Ni siquiera yo comprendo mis locuras ni mis pensamientos, contradictorios y huidizos. Todo eso me ayuda a saber quién permanece a mi lado a pesar de mis errores, y quien se rinde sin más. Aunque el tiempo se lance contra mí, seguiré adelantando el pie correspondiente, para no desviarme de lo que soy. ¿Quién descifrará los anhelos de mi alma escurridiza? Nada más y nada menos que tú, descifrador de sueños, ladrón de besos, músico de caricias. Porque, a pesar de todo, sigues ahí.

Las cartas están bocabajo… sólo yo decidiré qué hacer a continuación.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Sal en los ojos.


Ian descendió con cuidado, agarrándose a la roca resbaladiza, hasta tocar la arena con los pies. Había visto aquella cala en los ojos de Ellen, pero una cosa era ver su reflejo, y otra muy diferente era estar allí.
Inspiró. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, había un pequeño libro en la orilla, totalmente seco. Ni rastro de Ellen.
Empleó casi toda su fuerza para levantarlo, debido al peso de los sentimientos allí escritos. Las palabras olvidadas volvían ahora con la fuerza de un h u r a c á n furioso.
Ian acarició la cubierta, y el libro se abrió de golpe. Reconoció la letra irregular y redonda de Ellen, y su corazón se desbocó como un caballo salvaje en pleno galope.

“Hoy, mi úlcera ha vuelto a sangrar. Lo más gracioso de todo es que he sido yo la causante de mi propio dolor, como casi siempre. Sarah se ha quedado durmiendo en su cama, y cuando se despierte volveremos a salir, para seguir descubriendo esta ciudad tan bonita y diferente a la mía. El maldito hotel tiene Wifi, y he vagado por páginas y páginas, hasta caer en un blog. Su nombre me llamaba, me atraía como el imán opuesto que era. Nunca me había atrevido a leer aquello que ella escribía, porque sus letras rodeaban mi corazón, sádicas, y lo mordían con fiereza; siempre me detenía el título. Quizá ha sido por el hecho de encontrarme en otro país, y, por una vez en mi vida, no me he sentido observada por nadie. Click. He entrado. Sabía perfectamente lo que estaba buscando, y lo he encontrado. Con un frenazo, mi corazón ha salido despedido hacia mi espalda, pero el cinturón de seguridad lo ha mantenido en su sitio. O eso creo. No quería seguir leyendo, pero lo hacía. He leído sus sentimientos plasmados en la pequeña pantalla de mi móvil, y los he vuelto a leer, hasta que las lágrimas han anegado mis ojos cambiantes. ¿Qué esperaba? Aun así, nunca se lo contaré a Ian, porque hay cosas que guardo para mí, y así será siempre. Él se preocuparía y me repetiría que no tengo razones para estar celosa o llorar por tonterías. Y tiene razón. ¿Por qué me afecta, entonces? No conozco todas las causas ni los efectos, y no sé responder a esa pregunta que me martillea la cabeza. Es una respuesta involuntaria a un estímulo masoquista. Con el tiempo, supongo que… Sarah se ha despertado; tengo que dejar de escribir. Cuando llegue a España, pasaré mis notas desordenadas al libro que contiene mis secretos, los que sólo conocen los personajes de mis sueños. Los canales, las barcas de colores y el olor a verano fresco de la Venecia del norte me ayudarán a sonreír.”

Con el corazón en un puño, leyó lo que Ellen había escrito unas horas después.

“Aunque Sarah no llegó a ver mis lágrimas, se ha dado cuenta de que me pasa algo. Hemos cenado en una pequeña pizzería ruidosa que olía a aceite (odio el olor a aceite) y me ha dado el bajón. He puesto la típica excusa de que hacía mucho calor y me agobiaba el lugar y el ruido. Se lo ha creído a medias. Sólo necesito dormir, mañana me olvidaré de todo: no pienso fastidiar estas estupendas vacaciones. Todas las úlceras dejan de sangrar algún día.”

Ian cerró el libro, y hundió la cabeza en las manos. El susurrar de las olas humedeció sus sollozos, y apagó sus palabras ígneas: “¿Cómo voy a encontrarte ahora?”