Cuando me desperté, agotada y triste, me encontraba en mi cama, en el que fue nuestro piso.
¿Cómo había llegado hasta allí? Recordaba vagamente el funeral, la nieve y el negro desfile. Una conversación… Sí, ese estúpido y sus leyendas vanas.
Me incorporé despacio y miré a mi alrededor. Todo me recordaba a ella: la mesa donde solíamos tomar nuestro café cada mañana, la tele, decorada con fotos en las que salíamos las dos, siempre juntas…
M y yo en la playa, en el cine, en aquella cabaña del bosque… M y yo.
Sus cosas estaban recogidas con cuidado encima de la colcha azul de su cama. Le encantaban los colores. El pequeño piso estaba lleno de fotos, cuadros, pequeñas figuritas… Todo lleno de color, y a su gusto.
Cierto era que a mí me encantaba la decoración de nuestro hogar, me encantaba todo lo que M hacía, porque lo hacía todo con la alegría que la caracterizaba.
“¡Cuánto te echo de menos, M! ¿Por qué? ¿Por qué te has ido? Dijimos que siempre estaríamos juntas, que nada podría con nosotras…”
De nuevo me rompo por dentro y golpeo la almohada mientras balbuceo un “Nada…”
No sabía cómo diablos iba a afrontar el día a día, sin mi mejor amiga deshaciéndose en sonrisas, sin su voz cantarina ni sus gustos extravagantes.
Su ausencia era más y más evidente, y eso me mataba.
Decidí levantarme como un día cualquiera y esperar a oír el sonido de las llaves girando la cerradura, a oírla chillar:
-¡Bueeenos días! ¡Ya estoy aquí! Traigo algunos bollos de chocolate, ¡no lo he podido evitar!
Nunca podía evitarlo. A M le encantaban los dulces. Era sorprendente lo bien que se mantenía comiendo tanto.
Era una de las cosas que envidiaba de ella. Ojala estuviera aquí…
Mientras recojo un poco el dormitorio y me preparo un café, un recuerdo me asalta de manera súbita y repentina: la caja.
¿La olvidé en el cementerio? No estaba segura de que fuera de M, pero… ¿y si lo era? No iba a menospreciar el último regalo de mi amiga, el último…
Mis lágrimas estaban decididas a suicidarse, y sin mi permiso, se lanzaban por mis ojos con arrojo, sacudiendo todo mi cuerpo dolorido y mojando mi camiseta violeta.
¿Cómo había llegado hasta allí? Recordaba vagamente el funeral, la nieve y el negro desfile. Una conversación… Sí, ese estúpido y sus leyendas vanas.
Me incorporé despacio y miré a mi alrededor. Todo me recordaba a ella: la mesa donde solíamos tomar nuestro café cada mañana, la tele, decorada con fotos en las que salíamos las dos, siempre juntas…
M y yo en la playa, en el cine, en aquella cabaña del bosque… M y yo.
Sus cosas estaban recogidas con cuidado encima de la colcha azul de su cama. Le encantaban los colores. El pequeño piso estaba lleno de fotos, cuadros, pequeñas figuritas… Todo lleno de color, y a su gusto.
Cierto era que a mí me encantaba la decoración de nuestro hogar, me encantaba todo lo que M hacía, porque lo hacía todo con la alegría que la caracterizaba.
“¡Cuánto te echo de menos, M! ¿Por qué? ¿Por qué te has ido? Dijimos que siempre estaríamos juntas, que nada podría con nosotras…”
De nuevo me rompo por dentro y golpeo la almohada mientras balbuceo un “Nada…”
No sabía cómo diablos iba a afrontar el día a día, sin mi mejor amiga deshaciéndose en sonrisas, sin su voz cantarina ni sus gustos extravagantes.
Su ausencia era más y más evidente, y eso me mataba.
Decidí levantarme como un día cualquiera y esperar a oír el sonido de las llaves girando la cerradura, a oírla chillar:
-¡Bueeenos días! ¡Ya estoy aquí! Traigo algunos bollos de chocolate, ¡no lo he podido evitar!
Nunca podía evitarlo. A M le encantaban los dulces. Era sorprendente lo bien que se mantenía comiendo tanto.
Era una de las cosas que envidiaba de ella. Ojala estuviera aquí…
Mientras recojo un poco el dormitorio y me preparo un café, un recuerdo me asalta de manera súbita y repentina: la caja.
¿La olvidé en el cementerio? No estaba segura de que fuera de M, pero… ¿y si lo era? No iba a menospreciar el último regalo de mi amiga, el último…
Mis lágrimas estaban decididas a suicidarse, y sin mi permiso, se lanzaban por mis ojos con arrojo, sacudiendo todo mi cuerpo dolorido y mojando mi camiseta violeta.
¿La caja donde estaban sus cenizas? Uuuauu ¡¡`¡cómo pudiste olvidarla!!!
ResponderEliminarQue relato
ResponderEliminarMezcla de tristeza con realidad y recuerdos...
En verdad me gusto mucho
Besos!
Aunque sea duro la vida sigue... Me pregunto qué habría en esa caja...
ResponderEliminarBesos y una gran historia
oooo :) que historias mas bonitas las tuyas !
ResponderEliminarel final increible.
besitosss
Que nostlgia me abren tus letras, es una hermosa historia que permite a las lágrimas suicidarse y hacerse polvo, secretos, sentimientos...
ResponderEliminarBesitos
Facinante !! que talento tienes , lo digo en serio
ResponderEliminarLas lágrimas son unas suicidas, siempre se avientan al abismo sin nuestro permiso, y nos empapan la ropa y nos ahogan el alma. Linda historia ¿que había en la caja???
ResponderEliminarMe encantó el pincel que utilizaste en la palabra "color" :)
Quedo hermoso.
¡¡¡Maestra!!!
Un abrazo
Marlene
Gracias a todos! La caja no contenía ni sus cenizas ni nada por el estilo. La amiga que murió la dejó para ella! Contiene secretos que esperan ser desvelados muy pronto! :)
ResponderEliminarGracias por visitarme, un beso para todos!
Perfecto, como siempre.
ResponderEliminarMis lagrimas ya estan muy acostumbradas a sucidarse.
Me suena de algo... jajaj :)
ResponderEliminarLo de las lágrimas suicidas... es demasiado bonito, que lo sepas^^
Besos.