"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

viernes, 26 de febrero de 2010

Me dejaré llevar... A ningún lugar.


Amelie se acomodó en la repisa de su ventana, y se olvidó de todo. Tarareó una canción olvida, triste, una canción de amor.
Jim entró súbitamente y la trajo de vuelta al mundo real. Jim era el ayudante del señor Brown, el carpintero que les estaba haciendo algunos arreglos en la casa nueva.
Amelie se secó una lágrima con la mano, parpadeó un par de veces y volvió a ser la de siempre.
Joven, segura, decidida y atractiva.
Jim se había percatado especialmente de esto último.
Llevaba un par de día trabajando allí y ya estaba loco por ella. Amelie se había dado cuenta. Siempre lo hacía. Le gustaba sentirse deseada y guapa, eso atenuaba el dolor.
Bajo su máscara de serenidad y firme decisión se escondía una niña rota. Tenía el corazón cosido con tantos remiendos que no parecía latir.
Pero lo hacía. Amelie decidió que no se rendiría y comenzó a vivir cada instante al máximo, aprovechando cada segundo como si fuera el último.
-¡¡Jimbo!!
El joven la miró, y se disculpó avergonzado.
-¡Vooy!- se dirigió a Amelie.- Disculpe, el señor Brown me necesita.
Jim no era atractivo. Pero tampoco estaba tan mal. El peto vaquero era demasiado ancho para su cuerpo delgado, y tenía los ojos demasiado grandes.
Sin embargo, podría darle una oportunidad a aquel chico. ¿Quién sabe? Quizá Jim conseguiría amenizar alguna de las noches vacías que componían su vida.
Simplemente haría feliz a aquel chico, y ella… Ella no perdería nada. Tampoco tenía nada que perder.

Al día siguiente, Jim tuvo una grata sorpresa. Dibujados en el polvo que cubría la puerta que tenía que cortar, había nueve dígitos: el número de Amelie.
Firmaba A.

lunes, 22 de febrero de 2010

Bajo la lluvia gris


Un sábado de tantos. Mes de febrero. Me cogiste de la mano y, con los ojos vendados fui conducida hasta un lugar secreto, un paraíso oculto entre la ciudad sucia, un rincón que sólo tú conocías.
Me quitaste la venda y no pude evitar sonreír.
-Este lugar es mágico. Todo lo que deseas se hará realidad.
Justo en ese momento una gotita cayó en mi mano levantada, y otra, y otra.
Miles de gotas caían del cielo, sólo sobre nosotros, sólo sobre nuestro escondite.
La lluvia comenzaba a empaparnos, pero no había tiempo para eso. Tus ojos atraían a los míos con fuerza, y en un instante estabas abrazándome.
Y bailamos bajo las farolas que parpadeaban, aturdidas. Bailamos como en una película grabada en blanco y negro. Nuestras risas, nuestros pasos, nuestras manos…
Me susurrabas tu amor al oído, y yo me aferraba a aquellas palabras con fuerza.
Me sumergí en tus ojos, claros como el cielo, como el mar, como la felicidad.
Me besaste con ternura, despacio, y todo a nuestro alrededor se detuvo. Todo excepto nuestros corazones, que retumbaban con fuerza, queriendo salir de nuestro pecho.
Cada vez mis besos eran más rápidos, más seguros, más intensos. Nuestros corazones se desbocaban, más locos que nunca.
Recorrí tu cuerpo, mojado, tanto que podía sentirlo bajo tu ropa. Lo conozco, es sólo mío. Y te abracé, con fuerza, a la vez que tú me apartabas el pelo empapado que se enredaba en tus manos, y mientras, la lluvia seguía cayendo.
No se detenía, como nosotros. El cielo, celoso de nosotros, seguía deshaciéndose.

sábado, 20 de febrero de 2010

Así fue como nos conocimos


Fue el canto de un pájaro lo que me condujo hasta allí.
Su melodía suave me atraía hacia el corazón del bosque, sonando no en mis oídos, sino en mi corazón.
Hacia el oeste, siempre hacia el oeste, el bosque se llenaba de vida; aves murmurando en mi interior, los golpes rítmicos de unos tambores en la oscuridad, decenas de lobos aullando a la luna llena, escondida entre los árboles.
El bosque parecía esconder seres nunca vistos, secretos guardados entre las sombras.
Me sentía observado, pero no sentí miedo cuando las voces mágicas se alzaron hacia el cielo estrellado.
Anillos de humo bailaban en torno a los árboles, anillos de humo provenientes de ningún sitio y de todos a la vez.
Entre los troncos brilló una luz, y mientras el viento susurraba versos ininteligibles, el tambor aceleró su ritmo, las voces entonaron su cántico y algo en mi alma se estremecía y sentía su llamada.
Sombras que me instaban a unirme a ellas, y entre todas, Ahriel.
Bailaba desnuda entre los anillos de humo, haciendo de ese momento un sueño mágico.
Tanto, que mi espíritu lloraba, porque quería quedarse allí para siempre.

jueves, 18 de febrero de 2010

Miedo al dolor


Me prometí que cuando te viera no pensaría en todo lo que me ha atormentado estos días. Decidí hacer como si nada. Pero cuando te vi junto a mi puerta, esperándome como cada sábado, como siempre, sonriéndome; me olvidé de mi promesa y corrí a abrazarte.
Te rodeé con mis brazos y lloré.
Todas las lágrimas que pugnaban por salir todo este tiempo cayeron en tu hombro de cuero y tu pelo revuelto.

Te confesé mi miedo a perderte, mi miedo a las mentiras y al dolor.

Te repetí las palabras mágicas una y itra vez, sollozando.
Tú, sin pronunciar ni una sola palabra, lo conseguiste.
Apartaste con tu cariño mi miedo y dejaste a un lado todo lo malo.
Porque no importa lo que digan, porque nadie puede herirnos ya, porque siempre es SIEMPRE.


"Nadiepuede decidir por mí, nadie puede decirnos qué pasará. El futuro es así, incierto y oscuro. Sólo nosotros descubriremos el nuestro. Gracias por disipar mis dudas, por abrazarme muy fuerte, por ser mi sueño."

lunes, 15 de febrero de 2010

Carnaval


Vic pasa una y otra vez las manos por su vestido púrpura, nerviosa.
Se encuentra rodeada de gente, de música, de máscaras y rostros escondidos, de voces y risas.
Sus ojos color miel buscan a sus amigos, pero es imposible encontrarlos entre tanta gente.
Hay angelitos, piratas, reyes, criadas, payasos y saltimbanquis. También hay varias damas ataviadas con largos vestidos de la época victoriana, como ella.
Sus hombros blancos contrastan con el color oscuro de su vestido.
El pelo, de color miel al igual que sus ojos, está recogido en un moño alto, pero pequeños mechones ondulados se escapan y caen sobre su cara, ahora preocupada.
Avanza entre la multitud y llega a una gran plaza con una fuente, llena de confeti. ¿Dónde estarán?
Se sienta en el borde de la blanca fuente, está cansada, decide esperarlos allí. Desde una esquina, un niño disfrazado de fauno le guiña un ojo.
Mira al agua, avergonzada. En la superficie clara se reflejan edificios con años de historia, y una luna más antigua aún.
Se encuentra en una de las ciudades más bellas del mundo…
Alguien se sienta a su lado. Parece un príncipe, y bastante apuesto, pero lleva una máscara de plumas que cubren la mitad de su cara, morena.
-¿Se ha perdido?
-No, yo sólo…
Esa voz… Le resulta dolorosamente familiar. Estupendo. Su recuerdo la persigue hasta la mismísima Florencia.
Vic acaricia el agua y rehuye la mirada del supuesto príncipe. Se levanta despacio y se despide con un movimiento de cabeza. No tiene tiempo como para malgastarlo con un desconocido. Él la detiene:
-No has cambiado nada.- susurra.
Se despoja de la máscara y Vic ahoga un grito.
No puede ser… hace ya un año que no se ven, pero ella no lo ha olvidado. Sus besos, sus promesas, su sonrisa dulce y su cara morena. Le ha crecido el pelo, y apenas se pueden distinguir sus ojos oscuros.
Vic no ha olvidado el dolor que dejó al marcharse. No, no tiene derecho a aparecer de nuevo, como si nada. Nunca le perdonará.
Y aún así… ¿por qué no puede marcharse de allí? ¿Por qué no puede odiarle?
Vic se derrumba, y así, rodeada de gente y con las lágrimas pugnando por salir, se percata de lo equivocada que estaba.
Desde el suelo, arrodillada, pronuncia su nombre, aquel nombre que está escrito en su corazón.
-Franccesco.
Franccesco la levanta y la abraza en el aire, agarrándola con fuerza, como si no fuera a soltarla nunca.

jueves, 4 de febrero de 2010

Criatura


Y allí estaba ella. Llevaba esperándola una vida y por fin había llegado el momento.

Todo sucedió tan deprisa que apenas pude reflexionar en el futuro, en nuestro futuro.

Yo lo imaginaba todo rodeado de felicidad, con palabras cariñosas, sonrisas, mimos y nubes pintadas de colorines.

Cuando la vi por primera vez, acurrucada junto a mi hermana, una de las personas a las que más quiero en el mundo, mi emoción se desbordó por mis ojos en forma de lágrimas dulces.

A partir de ese instante mi vida cambió para siempre, de una manera deliciosa y fantástica.

Allí estaba ella. La cosita más pequeña y frágil que había visto nunca, el regalo más grande del mundo, el mejor que se puede entregar. El regalo de la vida.

Mis ojos apenas se posaron en ella y ya la quería con locura, necesitaba abrazarla, decirle que siempre estaría junto a ella y que no dejaría que le pasara nada malo, nunca.

No podía dejar de llorar, y, temblando, conseguí acercarme a la cama.

Besé a mi hermana en la frente, anonadada. Las palabras juegan al escondite cuando más las necesitas.

-Hola...

"Hola, pequeña. Soy yo, ¿me reconoces? ¿me has echado de menos? Yo te he añorado desde antes de conocerte, criatura. Siempre estaré aquí, siempre te cuidaré." Debería haber dicho, pero no pude.

La gente comentaba a mi alrededor, emocionada, pero no tanto como yo. Nadie entenderá nunca la felicidad que sentí al tenerte en mis brazos, el latido frenético de mi corazón junto al tuyo, las miles de lágrimas que cayeron durante tus primeros días.

Piel sonrosada y suave, ojos enormes, claros y brillantes como la estrella más preciosa, labios pequeños y manitas al aire: Mi primera sobrina.