"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Desesperación.

Yacía de costado, con el pelo rizado hacia atrás y las manos entrelazadas sobre la hierba. Sus ojos parecían sellados y su respiración se confundía con el susurro cansado del viento.
La hierba brillaba con más plata que nunca, pero ella no quiso darse cuenta. Ropas de niebla cubrían su cuerpo de luz, creando allá en el cielo una peligrosa tormenta eléctrica. Reflexionaba en silencio, y una pregunta yacía a su lado. “¿Por qué?”
¿Por qué tanta mentira y tanta hipocresía? ¿Para eso había sido enviada allí? Qué difícil era sentirse sola cuando estaba rodeada de los suyos, o de los que algún día lo fueron.
¿Les diría alguna vez lo que sentía? No, ni siquiera podía mirarlos a los ojos.
Un sentimiento demasiado humano se filtraba a través del aire en sus pulmones, pasando a la sangre y trasladándose así a todo su cuerpo.

Desesperación.

Hubiera dado cualquier cosa por que el mundo volviera a ser como antes, o por sentirse bien con el presente. Pero no podía. El presente se negaba a aceptarla tal y como era, y había sido ella misma demasiado tiempo; era tarde para cambiar.
Cada vez que recordaba sus voces calladas y sus ojos ciegos por la prepotencia, la brecha en su espalda se abría un poco más.
¿Qué más daba? Nadie lloraría por ella si muriese, nadie le agradecería toda su consideración y todo su dolor. Nadie se daría cuenta de que el mundo estaba equivocado, porque ellos lo estaban.
Nadie pediría perdón, porque el orgullo se lo impediría.
Se encogió aún más, abrazando sus rodillas con los brazos delgados, hasta sentir el eco de su corazón en las piernas.
Comenzó a oscurecer, pero no se veían las estrellas: el cielo era de color marrón. La tormenta esperaba, impaciente.
La luz nocturna, demasiado intensa para llamarse así, cambió la plata de lugar y la hierba se tiñó de cobre.
La plata voló a sus ojos, y empezaron a picarle.
¿Por qué seguía abrazando aquella rosa sucia, fea, llena de espinas? Le hacía daño, mucho daño. Las pequeñas espinas se clavaban en su piel morena y era imposible olvidar su mordisco. ¿Por qué no podía alejarse de allí y abandonarlos a su suerte? ¿Formaba parte de su naturaleza ser tan estúpida?
Comenzó a llorar en silencio, y al caer la primera lágrima, la tormenta soltó un aullido triunfal.
Llovió fuertemente sobre el ángel que yacía en la hierba.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Un abrir y cerrar de ojos.


Miré al suelo, como había hecho un año antes, y mi mirada se llenó de pequeñas piedrecitas grises. Si cerraba los ojos, podía volver atrás en el tiempo. Sí, podía volver a sentir el sombrero de paja en la cabeza, el sudor que comenzaba a enfriarse sobre mi piel. Pero todo aquello era secundario. Me centré en los brazos que me sujetaban con fuerza, que me elevaban hasta casi rozar el cielo pero que a la vez me mantenían firme y sujeta al suelo, a la tierra, al mundo.
Era imposible oler a nada, miles de aromas iban y venían, subiendo y bajando con el frenesí de las atracciones. Algodón de azúcar, mazorca de maíz, palomitas y mucho alcohol.
¿Qué canción sonaba? No sabría decirlo. Todas se parecían, y en aquel momento formaban parte de un segundo plano: sólo nos enfocaban a nosotros.
Si permanecía con los ojos cerrados y me acercaba hasta besarle, podía sentirme como un año atrás. Olvidaba por un momento la confianza y seguridad que me hacía sentir aquel cuerpo y me dejaba envolver por la extrañeza, la emoción ante lo desconocido y la curiosidad. El mismo cosquilleo. Promesas que sólo un desconocido puede hacer.
No tenía que ser, pero era. Me entregaba a ti y bebía de tu boca, recién descubierta. Era raro en mí despojarme de la timidez tan rápido, dejarme llevar de esa manera.
Abrí los ojos. No había sombrero, ni alcohol en mi boca. Pero sí era el mismo sitio, y los mismos ojos azules que me miraban desde arriba. Llevabas el pelo diferente y otra ropa, pero no importaba. Era como estar en dos sitios a la vez. Con los ojos cerrados volvía a 2009, y cuando los volvía a abrir avanzaba un año en el tiempo.
Todo un año me había servido para desenmascararte, para romper los rumores, para conocerte más que a mí misma.
Me concentré y no tardé en encontrarlo: tu olor; sobresalía por encima del resto.
Volví a cerrar los ojos, y me besaste otra vez. Era como sentir tu beso dos veces a la vez y de manera distinta.
Me convertí en una niña sin miedo a nada, una niña que se sentía segura en los brazos de un desconocido, y aunque pareciera raro, nunca se había sentido mejor. Ella abrazó su cuerpo con fuerza, y sintió el pelo de él en la cara. Un beso, otro. Hablaron sin palabras y se comenzaron a conocerse. No hacían falta palabras. ¿Para qué? Las palabras pueden estropearlo todo. Alguien como yo no sabe manejarlas adecuadamente, ya que me callo lo importante y sólo digo tonterías. No necesitaban palabras para decir lo importante.
¿Quién me iba a decir que aquella noche sería trascendental? Yo no planeaba el futuro, sólo pensaba en aquella noche, como si fuera la última.
Sin darme cuenta empecé a agarrarme a él con más y más fuerza, y me percaté de que ya no había tanta diferencia de altura entre ambos. Sonreí, y mis mejillas subieron hasta mis ojos cerrados, recogiendo un par de lágrimas.
-Espero que esas lágrimas sean de felicidad.

Su voz me devolvió a la realidad. Claro que lo eran. Era más feliz que nunca. Levanté la cara y me sonrió, con la misma sonrisa socarrona del primer día.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Oro viejo


Nora observó con mucha atención la estatua que coronaba aquella columna blanca de piedra. En la base de la columna había rostros de lo que parecían dragones, que dejaban escapar el agua entre sus fauces abiertas. “Parece que están sonriendo” pensó Nora.
Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y abrió su bloc de dibujo. El día estaba nublado, por lo que pudo observar la figura enredada en serpientes que parecía gritar sobre la columna blanca sin tener que entrecerrar los ojos.
El Á n g e l C a í d o se encontraba en posición horizontal, con una mano aprisionada por una serpiente y con la otra en la cabeza, en un gesto de derrota. A Nora le parecía más bien un gesto que prometía venganza. Al contrario de la forma que tomaba en las leyendas, era un hombre joven, musculoso, con el cabello largo. Una de sus alas se alzaba hacia el cielo gris, como si acabara de caer de las nubes.
Con un lápiz, Nora fue dibujando poco a poco el boceto de su obra. Siempre le había fascinado aquella estatua.
-Dicen que es la única en todo el mundo dedicada a Lucifer.
Junto a ella había un chico joven de piel morena, que se había puesto en cuclillas para estar a su altura.
Nora se levantó, sobresaltada, y cerró su bloc. El chico la miraba a través de unos ojos que ya había visto antes. Unos ojos grises como el acero.
-No lo sabía…- dijo ella.
-Así es. La única en todo el mundo. Fue obra de Ricardo Bellver.
-Veo que te a ti también te interesa.
-Me llama la atención. Ojalá dibujara tan bien como tú.
Le guiñó un ojo y la invitó a sentarse un poco más allá, sobre la hierba.
-Me llamo Nora.
-Lo sé. Yo soy Evan.
Miró a Evan extrañada y se sentó junto a él. Era un desconocido, era extraño y seguramente mayor que ella. Sabía mucho sobre una estatua que representaba al rey del Infierno, y aun así, no podía apartar la mirada de aquellos ojos de niebla.
Evan la miró de arriba abajo, deteniéndose en sus ojos dorados y en su nariz pequeña y llena de pecas. Tenía el pelo color cobre, corto. Sus mejillas comenzaron a teñirse de rojo cuando ella se percató de su examen. Volvió a detenerse en sus ojos y afirmó, como para sí mismo:
-Oro viejo.
-Te… ¿te conozco?- preguntó Nora.
Evan rió entre dientes, y se pasó una mano por el pelo oscuro, revolviéndolo aún más.
-Más de lo que tú te crees. Me alegro de que por fin estés aquí.

Al llegar a casa, Nora seguía viendo su sonrisa de lobo.
Evan no se había llamado así siempre. Había cambiado de nombre varias veces, pero Nora no lo recordaba.
Una parte muy muy pequeña de ella aún guardaba retazos de su vida anterior, e intentaba avisarla de que la sensación de déjà vu era algo mucho más que una sensación.
Evan le había dicho que volviera allí cuando quisiera volver a verlo. Cuando ella le había preguntado si con “allí” se refería al parque, él había sonreído y había negado con la cabeza. “No tienes por qué desplazarte hasta aquí para verme”.

Por más que intentara recordar dónde lo había visto antes, su mente se resistía. Era mucho pedir. Una de las condiciones para volver a nacer era olvidar la vida pasada. Para Evan era fácil; él llevaba una eternidad en el mundo, había visto nacer y morir a millones de personas, e incluso a algunos de su especie.
Nora no podía apreciar el brillo rojizo de sus ojos, ni las cascadas de oscuridad que caían por su espalda. Su mente era demasiado simple para abarcar la vida de él, llena de caos y destrucción. Seguramente se asustaría si supiera la verdadera naturaleza de Evan. Cuando lo conoció, años atrás, lo temía y lo odiaba, pero había llegado a amarlo. Eso fue antes de la muerte de Nora.

Te esperaré” prometió él, bajo otra apariencia, bajo otro nombre. Pero era el mismo ser que esta tarde había comprobado que ella también seguía siendo ella. La humana por la que tanto arriesgó.
Nora se tumbó boca arriba, mirando al techo, pintado de gris. Grises eran aquellos ojos, como la niebla, como una tormenta… como el cielo que envolvía al Ángel Caído.
Fue entonces cuando aquella parte que sobrevivió a la muerte consiguió escapar. De repente recordó. Recordó la estatua, un bar oscuro, la primera vez que Evan la miró a los ojos, el terror irracional…
Recordó la despedida. Y pensar que la única razón que la ataba al mundo en aquel momento era él…
Te esperaré”… Evan había cumplido su promesa.

En el centro de Madrid, Evan meditaba en silencio. ¿Se habría dado cuenta? ¿Terminaría reconociéndolo? Tenía tantas ganas de verla… No, debía darle tiempo. Y si había algo que le sobrara, era tiempo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Me levanté con cuidado de la cama y entré en la cocina: necesitaba una cerveza. Salí al balcón, como cada noche, y acerqué la superficie lisa y fría de mi guitarra nueva a mi cuerpo desnudo. No era difícil componer después de una noche como aquella. Me costaría acostumbrarme a aquellas cuerdas, pero sólo era cuestión de tiempo, y el tiempo estaba a mis pies. Si miraba de reojo hacia mi cama deshecha veía las largas piernas y el pelo revuelto de mis fans dormidas.
Di otro trago a la cerveza y me concentré en la luna. “Podría seducirte a ti también, y te aseguro que serías mía” pensé. Unos golpecitos en la puerta me hicieron entrar de nuevo, y descubrí un pequeño sobre rosa sobre el parquet.
Sonreí al identificarlo como un detalle más de mi admiradora secreta. Cada noche me llamaba por teléfono, y por más que yo hablara, ella no decía nada. Pero sabía que era ella… lo adivinaba en la respiración entrecortada al otro lado de la línea. A veces me dejaba fotos mías y recortes de periódico sobre el felpudo, pero nunca me había escrito una carta…
Una de las chicas me llamaba, así que tiré el pequeño sobre a la basura y volví a mi cuarto.

Me desperté con los pies sobre la almohada, completamente solo. Mi cama no olía a adolescente desenfrenada, y mis labios no conservaban el sabor de la bebida. Abrí el cubo de la basura: el sobre rosa no estaba. Miré a mi alrededor y el suelo desapareció bajo mis pies…
Lo recordé todo, ordenado cronológicamente como en una autobiografía: mi Gibson negra y yo sobre el escenario por primera vez, las dudas, el miedo, los focos de colores, el descontrol, el éxito, el alcohol, las noches demasiado cortas, las mañanas en las que me levantaba con cinco chicas a mi alrededor, adorándome… Los acordes mi guitarra cada vez más cerca del cielo, las llamadas a medianoche de aquella chica, sus silencios, los conciertos, los aplausos, la soberbia, muslos suaves, caricias salvajes, la luna llena… y luego, el fin de mi vida en el reino de los cielos.
Aún me dolían los golpes de mi mejor amigo, así como las palabras del productor. No tenían nada que hacer… Entonces yo era el rey, podía tenerlo todo con sólo una mirada… “No sabéis nada”.




Mi pobre Gibson sufrió mi estupidez, cuando aquella noche la rompí contra el suelo, borracho y envuelto en el frenesí hipócrita de aquella fiesta. “¿Qué más da? Puedo tener todas las guitarras que quiera” grité. Pero ninguna sonaba como mi vieja amiga.
Puede parecer egoísta, y así fue, pues lo que más añoré de mi gloria hecha añicos era aquella fan que hacía sonar mi teléfono cada noche. No me interesaba, era cierto. ¿Cómo podía interesarme una chica que ni siquiera aparecía? Y más cuando tenía docenas de mujeres saltando a mi alrededor al ritmo de mis canciones.
Dejó de llamar la noche de mi último concierto. Según supe a través de sus notas, no se perdía ninguna de mis actuaciones, y sin duda estuvo presente en aquélla.
Sólo recuerdo el principio, algo tibio debido a las drogas, y el final… una habitación cutre y blanca, con jeringuillas y enfermeras estrechas.





¿Qué hice para perderlo todo? Mi mejor amigo: uno de los mejores bajistas que había en el mundo; mi guitarra, mi dinero, mi fan secreta… mi euforia.
Los últimos meses se habían sucedido demasiado deprisa, como se escabulle el tiempo cuando quieres aferrarlo con tus manos y detenerlo.
De un día a otro pasé a ser un principiante novato a ser una estrella. Mi pelo rizado y mi sonrisa ladeada formaban parte de un sex-appeal que vino de repente y se fue de igual manera. Mentira, todos aquellos meses habían sido una mentira.
Y lo peor de todo era que no podía volver a la normalidad. La gente me miraba de reojo y se apartaba de mí… todo el mundo me conocía.




Yo buscaba en cada chica joven una señal que me indicara que era ella. Incluso ella me abandonó, tras haber asegurado que daría su vida por mí, por tocar los dedos que componían la melodía de su ferviente locura. Sigo despertándome cada noche a las doce, esperando oír el teléfono, que perdió la voz para siempre. Incluso ella me abandonó. Y eso es algo que la luna se encarga de recordarme noche tras noche, mirándome desde arriba y susurrándome que no volverá a llamar.