"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

jueves, 29 de abril de 2010

Ambos eran...Estrofas de una canción.


Los espectadores aplaudieron, todos a la vez, mientras en el escenario los músicos hacían reverencias.
-¿Qué has sentido hoy?.- Sonrió Ian.
Ellen recopiló cuidadosamente todo lo que los instrumentos le habían tarareado aquella noche.
-La primera parte era triste. La protagonista pierde a su amor, pero no pierde la esperanza. Creo que siguió viviendo sólo para esperarle.
-¿Sí? ¿Y qué pasó?
-Un día otro hombre se enamoró de ella. Se enamoró de su mirada gris perdida en el azul del mar, de su vestido amarillo apagado por la sal y de aquella sonrisa que nunca sonreía.
Ella, al verlo, creyó ver a su amor. Creía verlo en todas partes, y cuando vio a aquel hombre moreno, corrió a abrazarle.
Al final de la canción ella se da cuenta de que es otro hombre, y…
-¿Qué?
-¿No has oído a los violines sollozar? La protagonista se suicida.
Ian se queda callado un momento, asombrado. ¿Se inventaba todas esas historias o realmente Ellen conocía el lenguaje de la música?
-Soy músico, no escritor..- Ian la besó tras haberle guiñado un ojo.- Un día, tocaré nuestra propia historia, tú la irás interpretando y traduciendo con palabras, y sabrás lo que siento por ti.

Cada vez fueron más los conciertos a los que acudían juntos. Ian le enseñaba a diferenciar entre un violín y una viola, y le contaba historias sobre este tipo de música o aquél, disfrutando como un niño con cada melodía. A él le encantaba compartir su mayor vocación con ella, y ella aprendió mucho sobre los instrumentos, los de cuerda, sobre todo.
Ellen escuchaba a los instrumentos con atención, y podía oír lo que estos contaban siguiendo el compás. Prestó atención al quejido del gran contrabajo, al cantar del cello…
Había óperas dramáticas sobre la muerte, canciones de Jazz que invitaban a bailar toda la noche, y baladas lentas que hacían que la chica se pasara el concierto entero llorando.
-El último contrabajista que ha tocado se ha puesto nerviosísimo, ¿lo has visto?
-Es comprensible, Ian. Tenía que soportar una dura carga. Le ha tocado una historia teñida de dolor, y cada vez que su arco rozaba una de las cuerdas, brotaba una pequeña lágrima.
Ian permaneció meditabundo algunos días, y no acudieron a ningún concierto en un par de semanas. Se encerraba entre las partituras y salía sólo lo justo para estar un tiempo con Ellen.

Un sábado, la chica se levantó y no encontró a Ian por ninguna parte. Recorrió los dos pisos descalza, con la camisa blanca que indicaba que la primavera había llegado.
En el pasillo, oyó algo. Parecía música. Siguió todo recto y giró a la derecha, pisando con cuidado la moqueta verde. Cada vez más rápido, abrió las puertas blancas con urgencia, con una ilusión en el alma y miles de besos guardados en su boca pequeña.
Cuando salió a la terraza, de donde procedía la música, encontró a Ian tocando el contrabajo con los ojos cerrados. No seguía ninguna partitura, pero sus movimientos eran rápidos y seguros. Ellen se sentó a escuchar, con una mano en el pecho y encogida en la silla de mimbre, la que era su historia de amor.
Ian manejaba el arco con soltura, haciendo brotar del instrumento el relato que narraba su corazón.
El comienzo fue suave, lento, armonioso: relataba las primeras sonrisas y miradas dibujadas una tarde de septiembre. Las notas se aceleraron con la llegada de las dudas de ella, de los problemas… Porque no bastaba con querer, o eso creía ella.
La primera vez que quedaron, los primeros besos y las primeras caricias por el cuello, el pelo, los brazos, los labios…
A veces Ian dejaba de tocar por unos segundos. Ellen sabía lo que eso significaba. Estaba recordando los silencios llenos de amor de aquel otoño. Llegó el invierno, y con él, una pequeña separación.
Llegó el nuevo año, que sería su año, así como los que siguieron a ése, pues cada momento juntos era el más maravilloso.
Ian tocaba cada vez con más sentimiento, mientras que su fiel compañero narraba, en sus manos, todo lo que brotó de su corazón un día, uniéndolos para siempre, por encima de todas las cosas.
Ellen lloró ríos de emoción, impaciente por que acabara la canción para ir corriendo abrazarle, con miedo a que esta acabara por su significado.
Las manos de él se volvieron cada vez más lentas, y cuando levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, como tantas otras veces, ella vio que estaba llorando.
Las últimas notas danzaron entre ellos, estrechando su lazo y acercándolos poco a poco, hasta el final de los tiempos.
Ahora sabía su propia historia contada por él. Ian posó el contrabajo y la abrazó con fuerza, con un amor más grande que el mundo entero.
Aquella noche ambos fueron diferentes estrofas de la misma canción, larga y dulce. Crearon, sin darse cuenta, una canción sin fin. Su canción.

domingo, 25 de abril de 2010

Friends will be Friends


Nuestras miradas no se cruzaron durante todo el camino. La tensión de siempre flotaba en el aire, satisfecha, mientras Vic y yo caminábamos mirando al suelo, en silencio, con más miedo a las palabras que a la caída.

Vic tenía razón. Se habían olvidado de nosotras. Raquel nos hizo algunas preguntas vanas, de las que se preguntan para rellenar un espacio roto. Aquello fue peor que no decirnos nada. Vic me repetía una y otra vez que no entendía nada, que quería irse a su casa y que soportaba más la situación. Se preguntaba si dejaríamos de ser cuatro, si nuestras diferencias habrían terminado por destruirnos desde dentro, haciendo volar miles de momentos que pasamos juntas.
Oí a Isabelle gritar que estaba harta, que no podía más con esto. Resulta más fácil no mirar hacia atrás y esconder dos ojos mojados en la oscuridad de la noche, y eso hice. No entendía porqué nos había afectado tanto aquello, ni la razón por la que Raquel y ella habían decidido no interesarse por nuestra posición aquella noche.
"No les importamos" decía alguien dentro de mí. No sé si fue porque no me lo creía o porque simplemente no lo aceptaba, pero permanecí serena hasta ese momento. Ya no pude más. Me giré por completo para no incomodar a nadie, para que no vieran que la evidencia y los gritos me habían vencido. Ian no tardó en abrazarme por detrás, y por primera vez lloré en su hombro. Había reservado ese momento para dedicarle lágrimas de emoción y alegría, pero no fue así.
Vic también estaba llorando, así que la abracé con cariño mientras los demás seguían caminando hacia delante, siempre hacia delante. Ian nos abrazó a las dos con fuerza. Hacía mucho que no veía a mi amiga llorar así, y aquello me destrozó. Hizo que me olvidara de lo demás y una afilada serenidad se adueñó de mí. Cuántas veces había consolado aquel cuerpo tembloroso, a veces demasiado pequeño para afrontar el mundo y sus trampas.

-No os teníais que haber metido en esto.
Después de toda la tarde, ellas nos hablaban del problema de Pablo, y no del nuestro.
Todos se equivocaban. Pablo a veces era demasiado dramático, y nos agobiaba a todos con sus problemas. No entendía que nunca lograría lo que quería. Pero en el fondo yo veía a un chico triste, y esa tristeza se debía a Isabelle.
Ella sólo tenía ojos para otro. Y no la culpé por ello. Sé lo que es encontrar a alguien especial que te entiende y comparte aspectos en común contigo. Alguien que supera todas las expectativas. Pero tenía que entender a Pablo. Al fin y al cabo eran amigos.
Raquel no estaba de acuerdo conmigo, y nos dijo que él exageraba, y que estaban cansadas de él. ¿No entendían que aquello no era lo importante? Vic y yo queríamos saber porqué no habían venido a nosotras al vernos así, y porqué se habían ido alejando poco a poco. Ansiábamos la razón que se escondía detrás de todo, la que nos hacía dudar.
Sus palabras fueron tomando cordura en mi cabeza, así que les dije que tenían razón, y dejé de mirar al suelo.
Supongo que a veces no basta con meterse en la piel del otro y ver las cosas desde todas las perspectivas posibles. Cada uno es como es y todas las personas somos únicamente únicas.
Como recuerdo de aquella noche quedarán las lágrimas de Vic en mi pelo, un grito rompiendo la noche y un nombre escrito en la oscuridad de una vieja fábrica.
Gracias a aquellos que me abrazaron con fuerza, a aquellos que me animaron con sonrisas verdaderas y a los que simplemente vieron a una niña llorar.
Gracias a Isabelle, por pedirme perdón, y a Raquel por mantener la serenidad y hacerme reír al final.
Gracias a Vic, por tomar mi mano entre la niebla una vez más, y a Ian, por estar conmigo siempre.

Gracias a todos los que me leen, que seguramente no entenderán esta historia del todo. No sabéis lo difícil que ha sido escribirla.
Gracias por ser pacientes, últimamente no cuento con mucho tiempo.

Supongo que... Los amigos siempre seguirán siendo amigos, a pesar de los muchos caminos que se abran ante nosotros; y no dejaré escapar esa preciosa esperanza.

sábado, 17 de abril de 2010

...Corre

Corría. No sabía a donde ir, pero yo seguía corriendo sin rumbo, perdida entre unas ruinas apagadas por el tiempo.
Fui aminorando el paso, hasta que me encontré caminando perdida en un laberinto de piedra y mármol. ¿Dónde estaba?
Me encontraba en una especie de patio exterior, rodeada de bustos blancos derruidos, demasiado desgastados como para poder apreciarlos. En cada calle del laberinto había más y más estatuas, algunas tiradas en el suelo, otras en pie, amenazantes.
Aparte de aquellas esculturas humanoides, estaba completamente sola, o eso creí.
Seguí dando vueltas en círculo, pasando una y otra vez delante de una estatua que me aterraba especialmente. Se trataba de una mujer de increíble belleza, ataviada con una túnica decorada con espinas. La mujer miraba al cielo y levantaba un puño, y su cara denotaba rabia. Me resultaba vagamente familiar… ¿Dónde había visto antes a esa mujer?
La observé un poco más, siempre manteniendo cierta distancia, hasta que me cansé y me senté sobre una piedra de tantas. Entonces la vi.
No había oído ningún ruido mientras corría, pero en cuanto mi mirada se posó en ella, supe que me había estado siguiendo.
Sus ojos parecían contar una historia de sangre y dolor, y sus labios nunca habían tenido la oportunidad de aprender a sonreír…
No se movía, no hablaba, tan sólo me miraba fijamente, inundando cada rincón de mi cuerpo de oscura angustia.
Todo a su alrededor parecía en blanco y negro; negro como su largo cabello, que caía a ambos lados de la cara, llegando más debajo de la cintura. Blanco como la túnica raída con la que cubría su piel pálida.
Quería huir, correr, alejarme de allí lo más deprisa posible. Pero algo me lo impedía. Además, no estaba segura de que fuera buena idea darle la espalda a aquella criatura… Permanecía inmóvil, pero parecía que iba a saltar sobre mí de un momento a otro.
De repente el cielo se cubrió de negro, y una brisa susurrante danzó a nuestro lado, silbando secretos que hubiera preferido no conocer.
La aparente calma de la chica se rompió en mil pedazos, y en un abrir y cerrar de ojos se encontraba a escasos centímetros de mí. Olía a cementerio mojado, a madera podrida y a sueños rotos.
-Son ellos… Ellos…
Echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reírse como una loca.
Tragué saliva y me alejé un poco de ella.
-¿Quiénes son ellos?
-Más vale que no lo sepas.
Todo se había llenado de sombras sedientas, que nos estudiaban desde cada rincón. Parecían esperar un aviso.
En ese momento algo impactó contra la espalda de la criatura, que se enderezó y abrió los brazos. Sus ojos estaban en blanco, y vi la muerte sonreírme desde sus ojos, y un hilillo de sangre caer de sus labios secos.
La pesadilla no terminó ahí.
La chica movió los labios, y aún pude leer en ellos una última palabra antes de girar a toda prisa el recodo más próximo.
“Corre”- me dijo antes de desplomarse sobre el suelo.
Creo que nunca había corrido tanto. La adrenalina guiaba mis pies, que recorrían cada pasillo del pasadizo con más desesperación que el anterior. Me seguían. Iban a alcanzarme, solo era cuestión de tiempo. No podía escapar, no podía. Sus risas explotaban en mis oídos, y mi corazón estaba muerto de miedo.
Unos dedos largos me rozaron el tobillo, y corrí más rápido. No podía más, ¡estaba agotada!
Vi la salida del laberinto al fondo, oscura, y salté, precipitándome al vacío.
Caí y caí, hacia un enorme ojo violeta. El ojo de Alex.

sábado, 10 de abril de 2010

Pudo ser FELIZ...

Hoy lo verás vagando por la ciudad, cabizbajo, con el periódico bajo el brazo. Puedes encontrarlo sentado en la terraza de cualquier bar, gastándose el poco dinero de su bolsillo en un intento desesperado por sonreír un poco.
Él, que lo tuvo todo, y ahora no tiene nada.
Tenía una bonita casa de piedra en un pequeño pueblo rodeado de esperanza, dos hijos encantadores y una mujer inteligente y preciosa. Irónico, ¿no?
A veces no nos damos cuenta de lo felices que podemos llegar a ser, ya que tenemos todo lo necesario y más. A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que ya lo hemos perdido.
Jose lo tenía todo, y aún así, lo perdió. Las discusiones con María eran cada vez más frecuentes, y la tensión aumentaba cada día entre los muros de piedra.
Ahora Jose se ha mudado aquí, a casi mil kilómetros del que fue su hogar, a una tierra desconocida y totalmente diferente a la suya.
Cada vez que lo veo pienso en su historia, y en todo lo que encierra.
Todo el mundo se equivoca, y todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad. Jose busca desesperadamente la suya, sin saber que no la encontrará, y que el camino de vuelta a casa se borró para siempre un día de enero.
Hoy, sentado en un bar de tantos, lee su periódico, el mismo de siempre. Desde que está aquí sólo lee ése, el del día en el que todo cambió para él.

Ese día dejó al pequeño Mario dormido en su cuna, con el beso del que siempre será su padre en su pelo rubio. Todavía es pequeño para echarle de menos, pero creo que lo hace, inconscientemente. Añora al hombre que siempre hablaba gritando, y que lo quiso muchísimo, a su manera.
Manuela jugaba en la calle con sus amigas cuando su padre salió de su casa con su maleta en una mano y el corazón en la otra.
"Papá tiene que irse, cariño."- Le había dicho.
"¿Por qué?".- ella corrió a abrazarle las rodillas.
"Trabajo, Manuela.".- Inspiró profundamente.- "Pero papá volverá pronto. Sé buena, ¿vale? Y cuida de Mario... y de tu madre. Os necesita mucho."
Los ojos grises de ella no entendían aquello que escondían los de él, y quizá nunca lo haría.

Hoy, se arrepiente de no haber sabido aprovechar el tiempo, de haber sido tan egoísta a veces, de haberse dejado llevar por los celos...
Se imagina el momento del reencuentro, si es que este llega a producirse. ¿Cómo estará su mujer? ¿Le habrá perdonado el haber sido tan estúpido? ¿Lloraría al verlo? ¿Seguirá tan guapa como siempre?
Por los celos, por las dudas, por tanto dolor... Ha perdido lo que más quería: su esposa, sus hijos, su tierra y su gente.
Hoy viene a comer a casa, conmigo y con mis padres, los que le abrieron esta puerta, la posibilidad de un trabajo nuevo, y una vida completamente nueva.
Cada vez que lo veo puedo sentir lo solo que se siente, y me duele verlo asomado en el balcón, solo, fumándose un cigarro, mirando el mismo cielo que ahora estarán mirando sus hijos.
Confío en que el tiempo le dé otra oportunidad, y en que todo vuelva a ser como antes.
En el fondo sé que María piensa en él todos los días, y que a cada segundo se pregunta si habrá hecho bien, si esto será lo mejor para ambos, y para sus hijos.
Sé que añora al hombre que fue el amor de su vida, aquel que estuvo junto a ella casi treinta años, el que fue el primero en amarla.
Él tuvo una vida difícil, trabajó desde muy joven con sus padres, y más tarde abrió un bar, que recogía dos de sus aficiones: el alcohol y la música. A pesar de todos sus defectos, ella lo quería con locura.
En este mismo momento, María abraza al pequeño Mario en brazos, mientras le canta una canción. Si escucháramos con atención, descubriríamos que no se trata de una nana, sino de la canción que tantas veces escucharon Jose y ella juntos...

No es tan fácil conservar la felicidad, aunque la encerremos con fuerza entre nuestros dedos, a veces se escapa para no volver. Y lo peor de todo es que seguimos creyendo que volverá.
Quiero creer que Jose volverá a su hogar tarde o temprano, y que será recompensado por no haber perdido jamás la esperanza.

lunes, 5 de abril de 2010

Mi mejor enemiga.


Ni el ruido de las atracciones, ni los gritos, ni la música conseguían acallar mis pensamientos. Liss seguía ensimismada, tarareando la misma canción, una y otra vez.
"Es muy bonita."- me había dicho.- "Habla de una chica que pierde a su amor, pero le promete que siempre le esperará, hasta que ella muere de tristeza. A veces el amor es complicado, Ellen..."
Sí, era complicado. Muy complicado. Yo estaba enamorada de Max, un chico moreno e inteligente, que hasta aquel día, parecía perfecto para mí. Levaba varios meses dándole vueltas a la posibilidad de intentar algo, e intentaba pasar el máximo tiempo con él.
Liss y yo éramos como dos gotas de agua, no en el sentido físico, sino en el carácter.
Nos gustaban los mismos libros, la misma música, la misma gente. No soportábamos el ambiente en el que nos encontrábamos aquel verano. Casi sin darnos cuenta nos separamos del resto y comenzamos nuestra historia aparte. Con ella podía hablar de cualquier cosa, ella me entendía en todo. Éramos las dos caras de una misma moneda, dos partes de un mismo todo...
Pero aquella tarde, algo se rompió.
Yo había decidido contarle por fin lo de Max. Estuve toda la tarde parloteando sobre el tema, diciéndole lo fantástico que era Max por esto y por lo otro mientras la cara de mi mejor amiga me daba pistas de lo que podía estar pasando...
No sé cómo terminamos hablando de nuestras similitudes, de lo parecidas que éramos. Las sospechas crecían dentro de mí, propagándose rápido por cada una de mis células.
-Somos iguales… En todo.-Dijo Liss, bajando la cabeza.
De repente, todo encajó. Mi amiga repitió un par de veces lo parecidas que éramos, y lo sorprendente que era que tuviéramos los mismos gustos.
Dentro de mí, todo estaba patas arriba. Mi corazón bombeaba sangre con fuerza, nervioso, y mi cabeza iba recopilando detalles que se me habían escapado hasta entonces…
Estaba claro, a Liss le gustaba Max. La conocía demasiado, y por eso sabía también que no quería decírmelo, que no quería interponerse.
Era increíble. Éramos tan parecidas que nos enamoramos del mismo chico.
-Cierto. Tenemos los mismos gustos… en todo. Sé lo que te pasa, Liss, sé por qué estás así.
-No, no lo sabes. Si lo supieras, te enfadarías… Soy una persona horrible, Ellen, horrible…
Yo sentía de todo menos enfado. No soportaba ver a mi mejor amiga de aquella manera, y menos por mi culpa. Cuando tu mejor amiga se convierte en tu rival, tus sentimientos juegan contigo y no sabes ni lo que sientes. Pero una cosa estaba clara: ella no iba a sufrir más por este tema. Si habéis pasado por esto alguna vez, sabréis a lo que me refiero.
Liss se había convertido en mi rival, las dos ansiábamos lo mismo, y estaba claro que sólo una podía conseguirlo.
Antes de que ella empezara a llorar sobre mi hombro yo ya había tomado una decisión: nada se interpondría entre Liss y yo, y menos un tío estúpido.
Todavía recuerdo lo mucho que lloramos abrazadas en el callejón de detrás del ayuntamiento, unidas por algo que en un principio parecía que iba a separarnos. Convertirnos en rivales sólo hizo nuestra amistad más fuerte, llena de confianza, y de comprensión.
Es imposible enfadarse con Liss, ella es perfecta. Es increíble lo mucho que me ha ayudado todo este tiempo, apoyándome desde la lejanía, haciéndome comprender que ambas procedemos del mismo lugar, que las dos somos las mitades de un mismo alma.

Te quiero, chica rara.