"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

miércoles, 26 de enero de 2011

Mira lo que he encontrado.


Parecía que alguien le había dado un mordisco a la luna. Aquella noche, con los ojos cerrados, nos atrevimos a hablar de aquel día de septiembre. Las emociones importantes no aguantan demasiado tiempo escondidas. La arena refrescaba nuestras piernas y las olas murmuraban, intentando confundirnos. Recordar aquella noche me trae el sabor del mar, el olor a verano. Las noches cortas que se alargábamos con conversaciones mágicas de madrugada, y los largos días en los que hablábamos del pasado y del futuro, dejando correr el presente.
Esta foto me recuerda el verano, sí, pero también el invierno.
El frío trajo desilusiones y lágrimas punzantes, de las que se clavan en las mejillas hasta hacernos sangrar. El viento otoñal arrancó despacio las máscaras, descubriendo miradas caídas e hirientes. Fue demasiado para mí. Tú has seguido ahí, y respeto tu decisión. Este año, nuestro camino común se ha bifurcado de varias maneras y sabes tan bien como yo que no hemos tenido más remedio que arrastrar los pies en sentidos opuestos. Yo también confiaba en que nuestros caminos no se separarían, y he temido este momento desde que la lluvia me contó su secreto. Hasta hace poco, creía que todo lo ocurrido había causado un dolor irreparable en nosotras, creía que no volveríamos a ser las mismas.
Tú me has demostrado lo confortable que es volver a abrazarte, abrazarte y sentir nuestra amistad como antes, de verdad, debilitada pero segura. Hasta hace poco, el miedo a sentirme rechazada por ti me amordazaba, y me impedía decirte que seguía necesitándote. Aunque las dudas te hagan creer que he olvidado todo lo que hemos compartido, no debes creerlas. Nunca. Sus mentiras ocultan ponzoña y cobardía. Sigo sintiendo tus lágrimas en mis hombros, tus jadeos en mi pecho y tus sonrisas en mis comisuras, aunque yo no sepa sonreír hacia abajo. Tú me has ayudado a ser lo que soy, formas parte de mi vida, y seguirá siendo así hasta el momento en el que me apartes de tu lado. No importan los obstáculos. Por mucho que nuestros caminos se empeñen en seguir direcciones diferentes, nosotras siempre encontraremos la manera de entrelazarlos.
Siempre pensé que la felicidad dependía de la gente, y que sólo sería feliz si estaba rodeada de personas. Hoy, puedo contar con los dedos de una mano la gente que me quiere de verdad. Aun así, me siento satisfecha, afortunada y feliz. Esas pocas personas llenan de emociones mi vida, y no necesito a nadie más.
Nunca dejes de creer que todo puede mejorar.
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Siento mi irresponsabilidad, últimamente no tengo mucho tiempo, y no he podido firmar en todos vuestros blogs. Aún así, agradezco muchísimo los comentarios desinteresados de aquellos que me visitan a pesar de todo :) muchas gracias a todos.

miércoles, 19 de enero de 2011


Nos encontraremos cuando ya no quede nada que perder, cuando deshagas el camino que nunca terminaste. Sabrás que es el momento porque las estrellas se habrán despegado del cielo. Yo te esperaré en el lado oscuro de la luz, en la esquina que enlaza la noche y el día.

No tengas prisa, aun hay tiempo.

Ahora sólo quiero rodar por la arena, y que ésta se adhiera a mi cuerpo mojado, algo que, como sabes, siempre he odiado. ¿Y qué? En esta vida hay que hacer de todo. Intentaré perder mis miedos en un mariposario y reír con un buen drama. Sí. Quiero quedarme sin aire al reírme como una loca, y romperme la cabeza intentando no imaginar. Quiero subir a la azotea secreta, a nuestra atalaya, y bailar bajo la lluvia. Quiero que sepas que sentí todo aquello que dije, que no me arrepiento. Todo lo que he hecho ha sido porque yo he querido. Y quiero hacer tantas cosas...

Como ves, aún queda mucho por hacer; te escribiré más a menudo. Pero ahora tengo prisa. Tengo que vivir.

lunes, 10 de enero de 2011

Iván.

Mamá nos despidió en la puerta, y me inquietó lo apagada que encontré su mirada, aún más que de costumbre, y lo arrugadas y pequeñas que parecían sus manos.
Comprobé que Iván estaba bien abrigado y agarré su mano diminuta, que temblaba.
Era sábado, día en el que mercaderes y juglares se reunían en la plaza del pueblo, y desde nuestra casita, alejada del bullicio, se respiraban aromas que sugerían suculentas comidas que nunca probaríamos y melodías impacientes que me ponían nerviosa.
Acostumbrada al silencio, el pueblo me asustaba, así que aceleré el paso y me dispuse a terminarlo todo lo antes posible. Ese día compraríamos menos alimentos que de costumbre, porque habíamos reservado gran parte de nuestro escaso dinero a la enfermedad de mi hermano Iván.
El pequeño caminaba a mi lado, ajeno a todo, con la cabeza gacha. Sonreía muy poco, sólo cuando veía un pájaro o una mariposa, y buscaba algo en el cielo, con añoranza. Mi abuela decía que era un ángel al que le habían cortado las alas al nacer, haciendo imposible que algún día pudiera ver cumplido su sueño: volar lejos de la tristeza y del color sepia de nuestro mundo.
Últimamente la fiebre le subía cada noche, y se despertaba llorando, entre pesadillas de ceniza. Sudaba copiosamente, y los paños húmedos no surtían efecto, por lo que mamá decidió pedir ayuda a una anciana del pueblo, que hablaba con los espíritus y éstos la ayudaban a curar todo tipo de males, que los mortales desconocíamos.
No pronunciamos ni una palabra hasta llegar a la taberna, a la entrada del pueblo, donde los hombres bebían y cuchicheaban, supersticiosos.

-¿Estás cansado, Iván?

No contestó, sino que alzó la vista y la dejó caer en el cielo marrón, que oscurecía por momentos.
Llegamos al primer puesto, el de las verduras, y, de repente, todo comenzó a ir mal. Había un hombre enorme bajo las telas raídas del puesto, y sus ojos negros nos miraron con asco. Señaló a Iván con el dedo, y se acercó a nosotros, amenazador, mientras un fuerte viento de origen desconocido arrojaba a la gente al suelo, nublando su vista y su razón.

-Tú…

Ese hombre me asustó aún más que los juglares y sus miradas, que activaban un tambor en mi pecho. Sin saber lo que hacía, cogí a Iván de la mano y corrí hasta la casita más próxima, que era, casualmente, la de la anciana bruja.
La mujer dormía sobre un camastro. A Iván le costaba mucho respirar, así que me acerqué a ella.

-Disculpe…

Sus ojos arrugados se abrieron de golpe y sus enorme uñas sucias se hundieron en mi pelo despeinado y lleno de polvo.

-¿Quiénes sois y qué hacéis aquí?- chilló.

Nuestra abuela siempre nos previno, y nos repitió muchas veces que no debíamos decir nuestro nombre a desconocidos, pues había brujas que, sabiendo el secreto de tu nombre, entregaban tu alma al diablo. Sólo tu nombre; no necesitaban nada más.

-Mi hermano está enfermo… Usted… Mi madre me dijo que nos ayudaría.

-Inocentes criaturas… ¿O s l o h a b é i s c r e í d o ?

Con esas palabras me atrapó en su mirada, y caí en picado hasta visualizar el mismísimo infierno.
Empujé a Iván fuera de la casa, donde la lluvia caía con fuerza. El pueblo estaba vacío.
El hombre de los ojos negros apareció detrás de mí, y nos alejó entre el ruido, por lo que no pudimos oír la risa de la bruja, que apareció, empapada, junto a nosotros, y mordió a Iván en los labios.
Mi hermano pequeño se sujetaba el pecho y escupía sangre, que resbalaba hasta su ropa desgastada, y manchaba la tierra que nos había visto nacer. Se estaba muriendo, yo lo sabía. Intenté correr hacia él, pero el hombre me había inmovilizado. Lloré de impotencia en los enormes brazos poblados de vello, y mi mente revivió el infierno acre de aquellos ojos endemoniados, imagen que se interpuso sobre la de mi hermano de cuatro años, que cayó de rodillas. El comerciante me soltó, y corrió hacia mi hermano.
Olvidé la advertencia de mi abuela, y grité el nombre que nunca había pronunciado fuera de la habitación que compartíamos, el nombre que sólo había pronunciado de noche, en su diminuto oído. Mi grito rasgó el aire, y secó la lluvia.

-¡Iván!

El viento se detuvo, su sangre no volvió a coagularse. Una serpiente de luz cayó sobre mi hermano… se lo llevó.
Mis lágrimas ardían. Si mi hermano estaba en el infierno… yo iría a buscarlo.