"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

sábado, 27 de marzo de 2010

Inspiración


Ellen recoge sus ilusiones, una a una, y las guarda con cuidado en su vieja maleta de color rojo apagado. Encima coloca los recuerdos, que nunca debe olvidar, y que transporta a todos sitios: siempre van con ella.
En sus bolsillos llevo sal de color azul, que contiene sueños de peces y canciones de marineros de norte. En su mano, la llave de la luna, y en su cuello, el colgante de plata que la distingue del resto. Su colgante guarda el secreto de toda una generación, la vida de millones de celtas y la melodía mágica de una canción.
Una pulsera, un cojín blanco, un corazón de cobre y miles de sonrisas completan su equipaje.
Han llegado las vacaciones, y Ellen marcha al norte. Viajará hasta las montañas del color de sus ojos, viajará hasta un cielo azul límpido, cargado de estrellas invisibles por el día.
Deja cosas importantes aquí, pero al fin y al cabo sólo será una semana, y espera encontrar todo tal y como lo dejó.
En el fondo Ellen añora los prados, las gentes que parecen de piedra y el olor a libertad. Quiere sentarse en el puente y dejarse mecer por el viento, escuchando los susurros incoherentes del agua dulce; quiere sentirse en casa.
Pero sobre todo, espera encontrar la inspiración. Buscará por montes ocultos, por caminos desgastados y casas encantadas.
Ellen, a la que llaman Euforia debido a su felicidad permanente, se va una semana, y no podrá leeros, pero volverá pronto con nuevas historias que compartir.
¿Encontrará la inspiración en su hogar? ¿La encontrará en las gentes de habla fuerte y cercano?
Teme no encontrarla, pero también teme su marcha, ya que nunca le han gustado las despedidas, pero lo que tampoco quiere es irse sin despedirse...

jueves, 25 de marzo de 2010

Si tus lágrimas se quieren suicidar...


Cuando me desperté, agotada y triste, me encontraba en mi cama, en el que fue nuestro piso.
¿Cómo había llegado hasta allí? Recordaba vagamente el funeral, la nieve y el negro desfile. Una conversación… Sí, ese estúpido y sus leyendas vanas.
Me incorporé despacio y miré a mi alrededor. Todo me recordaba a ella: la mesa donde solíamos tomar nuestro café cada mañana, la tele, decorada con fotos en las que salíamos las dos, siempre juntas
M y yo en la playa, en el cine, en aquella cabaña del bosque… M y yo.
Sus cosas estaban recogidas con cuidado encima de la colcha azul de su cama. Le encantaban los colores. El pequeño piso estaba lleno de fotos, cuadros, pequeñas figuritas… Todo lleno de color, y a su gusto.
Cierto era que a mí me encantaba la decoración de nuestro hogar, me encantaba todo lo que M hacía, porque lo hacía todo con la alegría que la caracterizaba.
“¡Cuánto te echo de menos, M! ¿Por qué? ¿Por qué te has ido? Dijimos que siempre estaríamos juntas, que nada podría con nosotras…”
De nuevo me rompo por dentro y golpeo la almohada mientras balbuceo un “Nada…”
No sabía cómo diablos iba a afrontar el día a día, sin mi mejor amiga deshaciéndose en sonrisas, sin su voz cantarina ni sus gustos extravagantes.
Su ausencia era más y más evidente, y eso me mataba.
Decidí levantarme como un día cualquiera y esperar a oír el sonido de las llaves girando la cerradura, a oírla chillar:
-¡Bueeenos días! ¡Ya estoy aquí! Traigo algunos bollos de chocolate, ¡no lo he podido evitar!
Nunca podía evitarlo. A M le encantaban los dulces. Era sorprendente lo bien que se mantenía comiendo tanto.
Era una de las cosas que envidiaba de ella. Ojala estuviera aquí…
Mientras recojo un poco el dormitorio y me preparo un café, un recuerdo me asalta de manera súbita y repentina: la caja.
¿La olvidé en el cementerio? No estaba segura de que fuera de M, pero… ¿y si lo era? No iba a menospreciar el último regalo de mi amiga, el último
Mis lágrimas estaban decididas a suicidarse, y sin mi permiso, se lanzaban por mis ojos con arrojo, sacudiendo todo mi cuerpo dolorido y mojando mi camiseta violeta.

viernes, 19 de marzo de 2010

Úlcera sangrante


Necesitaba dejar de pensar. Encendí el reproductor de música y subí el volumen al máximo. Me metí a la ducha mientras sonaba mi canción favorita. Me encantaba el agua caliente en aquella época del año. Dejé que cayera, hasta mis pies, pretendiendo que borrara todas las huellas que él había dejado, todos sus besos, la impronta de sus manos... Cuando el agua ya me quemaba, pasé al agua fría, muy fría. Me encantaba el agua muy fría en aquella época del año, pero lo que más me gustaba era el contraste entre las dos. Con el agua fría pretendía devolverle la pureza a mi alma.


Bajé al local de siempre: oscuro, decorado con pinceladas de humo y luces de colores. Allí era donde ponían buena música, o por lo menos la que yo consideraba buena música. Me senté en la mesa de siempre, no demasiado cerca ni de la barra ni de la pista de baile. Ambas me traían demasiados recuerdos, y aún así, no podía evitar visitar el local una vez por semana. Creía que si me sentaba lo suficientemente lejos, los recuerdos no me alcanzarían, ni me harían prisionera de las pesadillas que suponían para mí.
Jared, el tío del local, me sirvió una copa y enchufó el aparato de música. Las luces de colores bailaban por la habitación oscura al ritmo del Rock And Roll.
La puerta se abrió y entró una pareja. Chico rubio, chica rubia, ambos perfectos. Parecían salidos de una película, y así debían sentirse, pues caminaron entre las mesas como en un sueño. Con cada paso un beso rápido, y con cada palabra, una dulce sonrisa.
Fue como si alguien me hubiera arrancado la vida de golpe, como si me hubieran machacado el corazón, hubieran preparado un cóctel con mi sangre y me obligaran a beberlo.
No podía creer que Ian volviera a este sitio, no podía creer que volviera aquí con ELLA.
Jared le sirvió un licor a ella, y a él... Como no, había pedido Jack Daniels.
El viejo local parecía más oscuro que antes, y la canción no me envolvía, sino que me apretaba con fuerza, golpeándome, haciéndome daño.
Me di cuenta de que no había servido para nada, de que me había estado engañando. Me sentía más vacía y sola que nunca, y el sabor a alcohol en mi boca me repugnaba. ¿Qué estaba haciendo allí? Lo odiaba, lo odiaba tanto...
Odiaba sus gestos al hablar, las arrugas de su sonrisa, su mirada limpia, el retumbar de su risa... Odiaba que fuera tan dolorosamente perfecto. Comenzó otra canción, y me hundí más en la incómoda silla.
You and I. Había sido nuestra. A él le encantaba esta canción, seguro que en ese momento estaba pensando en sacarla a bailar. No me equivoqué. ¿Cómo iba a hacerlo? Lo conocía más que a mí misma.
Seguía dando los mismos pasos, tarareando las mismas estrofas, volviéndose loco con cada solo de guitarra.
Una copa sabe más amarga si la mezclas con tus lágrimas. No pude acabármela, pues tenía un nudo en la garganta.
No quería que me vieran destrozada mientras ellos disfrutaban de una mágica noche el uno junto al otro. Al fin y al cabo, no me tocaba a mí vivirla, sino a ella. Al fin y al cabo era su historia, y estaban hechos el uno para el otro. Al fin y al cabo, Ian ya no era mío.
Envidié cada mirada que se cruzaron sus ojos en la oscuridad, así como todo lo que la rodeaba.
Deseé poder ser feliz de una vez y curar la úlcera sangrante de mi corazón.
Y mientras mi vida se derramaba por mis ojos, susurré al vacío, pues nadie me escuchó.

"Me dijiste que nunca me harías daño."

domingo, 14 de marzo de 2010

¿Sueño o Realidad?

Desperté tumbada sobre la hierba húmeda. Olía como los grandes prados de mi hogar, olía a rocío, a leña, a piedra mojada. Anhelaba mi hogar. Pero… ése no era mi pueblo.
¿Dónde estaba? Me dolía mucho la cabeza. Avancé un poco, tropezando con mis propios pies, hasta llegar a una gran piedra, colocada verticalmente sobre la hierba: un menhir.
Acerqué mi mano al gigante de piedra y me sorprendí al notar que era cálida al tacto.
Era increíble. Había muy pocos menhires en el mundo. Tras la llegada al poder del Señor de las Sombras, la mayoría habían sido destruidos.
Rodeé el menhir y me hallé en el centro de un círculo mágico.
-Esto… es imposible.- las palabras salieron, susurradas, de mi boca.
Me senté en el centro del círculo de dólmenes, y allí, susurrando mi oración a los dioses, me quedé dormida.

Me desperté después, recostada en uno de los menhires. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
Me incorporé y alisé mi túnica. Cuando alcé la vista, me percaté de que algo había cambiado. El prado entero brillaba como la plata, bañado por la luz de la gran luna llena.
La magia de aquel lugar me llamaba, lo sentía. Me despojé de mi túnica blanca y bailé entre los dólmenes, siguiendo unos pasos que no conocía, pero que siempre habían estado dentro de mí. Tal y como lo habían hecho otras antes que yo, me dejé llevar por la música celta, por los violines, que tocaban en las estrellas, en cada una de las piedras. Dentro de mí algo nuevo se agitaba, con cada nota, con cada salto, con cada lágrima de mi alma al expandirse.
Cuando empezó a llover, mi pelo rojo siguió volando, más ligero aún, y aunque mis pies pisaban la tierra mojada, no se ensuciaron.
Entre carcajadas, me dejé caer de espaldas, y alcé mis brazos hacia la luna, intentando cogerla. La dama de plata se reía de mí, pero no me importaba. Me embriagaba una felicidad mayor a la de cualquier mortal.
Las piedras a mi alrededor se habían teñido de rojo, empapadas por la fina lluvia.
Rojas como la sangre, como el fuego, como unos labios de mujer, rojas como mis cabellos.
Apoyé mis manos en el menhir más cercano y con las manos manchadas de la sangre de las estrellas, escribí en el aire tres palabras:
Nada es imposible.

Me desperté en una sala negra, con una gran lámpara de cristal rota a mis pies. Jack estaba delante de mí, y me miraba preocupado.
¿Había sido un sueño? Soñé que soñaba. Desde entonces no supe discernir entre la realidad y mis sueños, no supe decir qué viví de verdad y qué maginé.

domingo, 7 de marzo de 2010

Romeo & Juliet


Una noche más, subimos al décimo piso, décimo cielo.
Una copia secreta de la llave fue una vez más nuestra cómplice, y nos abrió la puerta a ese cielo encapotado, oscuro, sin luna ni estrellas.
Nos apoyamos en la barandilla de color claro, ¿Recuerdas lo fría que estaba?
Como siempre, eso no importó. Me abrazaste por detrás, envolviéndome en tu aroma, en tus brazos, en tus besos. Embriagándome de felicidad.
Allí abajo, en las calles oscuras, las farolas dejaban caer su purpurina dorada sobre las aceras desiertas. Y es que era muy tarde, cariño.
La ciudad guardaba silencio, regalándonos otra noche mágica juntos.
Escuchábamos “Romeo & Juliet”, y mientras Mark Knopfler nos cantaba la historia de dos enamorados, nosotros vivíamos la nuestra.
Me encantaba abrazarme a ti, buscando el calor de tu cuerpo, antagónico del suelo frío que nos acunaba.
Perdí la cuenta de los te quiero que te susurré lentamente al oído, de los besos en tu boca, en tu cuello, en tus párpados cerrados.
Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, quería detener el tiempo, quería sumergirme en tu cielo azul, sin una sola nube: el cielo que contienen tus ojos.
La canción se acabó, pero volvimos a escucharla. Te dije que me encantaba, era preciosa.
-Sí, pero es muy triste. Julieta pasa del pobre Romeo, va por ahí jactándose de haberse acostado con él, no le quiere.
-Julieta es tonta.
-Ojalá que tú nunca seas como ella.- lo dijiste muy serio.
Cogí tu cabeza entre mis manos, mirándote a los ojos, hablándote con mi boca sobre la tuya.
-Yo nunca, NUNCA seré como Julieta. Nunca me iré de tu lado.
Te besé como nunca, como a mi sueño hecho realidad. Intenté explicarte con ese beso que lo eras todo, que mi corazón era tuyo.
Te abriste camino y entraste en él, donde nadie había entrado nunca. Todos los demás se perdieron por el camino, ya que el camino estaba hecho sólo para ti.
Teníamos el pelo revuelto, los ojos brillantes y el aroma de nuestro beso aún flotaba en el aire.
En momentos como ése yo te decía que estaba embriagada de ti. Me sentía volando muy alto, muy alto, tan alto que podría traerte un pedacito de luna si quisieras.
Tú, en cambio, decías que estabas “borracho de amor”. Yo me reía de aquella maravillosa comparación.
Pensé en las veces que veríamos la luna juntos, en las veces que me besarías en la frente, y me escocieron los ojos de alegría.
¿Recuerdas lo que pasó después? Me cogiste mi mano y la llevaste a tu ojo. Los míos se desbordaron al notar que estaba mojado.



"Juliet, when we made love, you used to cry."

jueves, 4 de marzo de 2010

Fuego y sombra. Hierro y cristal. Piedra y sangre

Los gritos de Jack aún sonaban en mi cabeza. La sacudí, intentando expulsar aquellos pensamientos. No podía dejar que lo llevaran hasta Él. Si pudiera salir de allí...
Intenté recordar las palabras que me enseñó mi padre cuando era niña, las palabras para referirme al hierro que me aprisionaba, las palabras que podrían sacarme de allí. Mi padre me lo explicó todo. Pero de eso hacía ya tanto tiempo...
Cerré los ojos con fuerza y pronuncié el arcano en un susurro. Cuando abrí los ojos, las cadenas estaban rotas.


Irrumpí en la gran sala negra, espada en mano. Sentando en un trono, situado en el centro de la sala y elevado sobre un pedestal de piedra, estaba Él. El traidor de toda una raza, el horrible hombre que se había hecho con el poder y que gobernaba en casi todo el continente.
A sus pies estaba Jack, inconsciente, y cada lado había un guardia, vestido del color de la sangre. Una gran lámpara de cristal vigilaba la escena desde el alto techo.

-Ahriel... -El Señor de las Sombras me sonrió y me dirigió una mirada lasciva.- Creo que te habíamos subestimado.

-Suéltalo.- Notaba como mi furia se agolpaba en mi interior, haciéndome daño.
Me dijo que no, que aquello era imposible. Me dijo que no me conformara con Jack, que fuera su Señora. Yo apenas lo escuchaba y apretaba mi espada con rabia, tan fuerte que me dolía.
-Vamos, Ahriel. Pertenezco al linaje plateado.- Su sonrisa era aún más falsa que su mirada.
-¡Tú no perteneces a tal linaje! La plata, cuando se corrompe, toma el color negro, y tus colores no son negros, sino cobrizos. No eres más que un farsante.-Le escupí.
Una máscara de odio rodeó su cara, y no pude esperar más: entré en acción.
Pillé a uno de los guardias por sorpresa, fue pan comido. No sólo me defendía con mi espada sino que mis piernas los golpeaban por un lado y otro, por sorpresa.
Con el segundo fue más difícil. Giré rápidamente la cadera y lancé una patada alta contra mi adversario. Si Bran hubiera estado allí, habría estado orgulloso.
Me acerqué con cuidado a Jack, ignorando al tenebroso ser del trono. Fue un grave error. De repente, la gran lámpara de cristal, que contenía mil lágrimas, se soltó, y se precipitó sobre nosotros, acompañada de las palabras del Señor de Las Sombras.
Abracé a Jack y lo protegí con mi propio cuerpo. Lo último que vi antes de sumergirme en la inconsciencia fue un gran resplandor que lo envolvía todo, y una gran llamarada.

lunes, 1 de marzo de 2010

Fiel amigo


Conozco muy bien a mi padre, y sé que le pasa algo. La enfermedad de mi abuelo le hace sentir impotente y furioso.
Si viviéramos más cerca... Pero nos encontramos a muchos kilómetros y hasta las vacaciones de Semana Santa no podremos ir a verle.
También sé que me mienten. Lo hacen para que no me preocupe, pero está claro que algo no va bien. En mi casa la tensión es palpable, sobre todo cuando mis padres discuten. Últimamente discuten con mucha frecuencia.
Por eso intento no darles muchos problemas, ayudo más que nunca en casa y les regalo el máximo de sonrisas posible.
Mi padre no quiere saber nada del mundo y, como cada vez que quiere evadirse del resto, se encierra en su habitación y pone música.
Se sube a la bicicleta estática y pedalea con fuerza, casi con furia.
El agotamiento físico es una de las mejores medicinas, hace que te olvides de tus problemas. Con los músculos entumecidos y el corazón desbocado, puedes alcanzar un poco de paz.
Sé que no debo molestarle, así que le dejo inmerso en el esfuerzo, porque sé que está bien. No está solo: el Rock and Roll es la mejor compañía para mi padre, sobre todo en estos momentos.
Es su fiel amigo, el Rock. No pregunta el porqué de tu rabia, o de tus ojos mojados.
Te abraza como un padre y te mece con fuerza, envolviéndote en sus ritmos.
Es otra de las mejores medicinas para olvidar. Pero si escucho con atención puedo oír algo, más allá de la guitarra eléctrica y el pedaleo frenético. Y eso hace que mi pequeño corazón se encoja.


Es la primera vez que oigo a mi padre llorar.