"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

domingo, 31 de julio de 2011

Wind of Change


Mientras el avión surcaba la oscuridad, Ellen miró hacia abajo como hiciera un año antes, sintiéndose atraída por los tatuajes de luz que surcaban la tierra oscura de un país desconocido. Pensó en lo que le esperaba al llegar a casa, en el abrazo de su madre, la media sonrisa de su padre y en los bracitos pequeños de Carlota. Reflexionó también sobre el cada vez más cercano otoño, cuando las hojas marrones serían sus amigas y le harían llegar sus mensajes a Ian. Él se encontraría en una ciudad llena de calles donde perderse, donde guardar secretos. Ella tendría que vivir un año sin él, viéndolo de vez en cuando y echándolo de menos más que nunca, pues necesitaría sus abrazos para afrontar aquel año difícil.
Dejó que su soledad se esparciese lentamente sobre la niebla gris que en ese momento le impedían ver las ciudades lejanas. El pájaro férreo atravesó aquellas nubes que contenían el alma de tantas personas y Ellen pudo perderse otra vez en los tatuajes de luz. Parecía que el piloto lo había detenido todo a su alrededor para contemplar el mundo a sus pies.
Estando a miles de kilómetros del suelo firme no le resultó difícil evocar el pasado, y se perdió en los recuerdos. A los pocos minutos se dejó caer por el túnel que éstos formaban y sin querer se desvió, cayendo con suavidad en el mundo de los sueños.
Despertó en un campo de margaritas naranjas, que susurraban poesías inacabadas que nunca se escribieron. Caminó despacio, sintiendo el placentero roce de los pétalos en sus manos pequeñas. El cielo azul brillaba con fuerza pero, por mucho que buscó, no encontró ningún sol o estrella que produjera aquella luz. El viento del cambio mecía las flores y le revolvía el pelo, intentando atraer su atención.
De repente vio una persona diminuta sentada en una de las flores. Se acercó con curiosidad y se tropezó, asustada, cuando descubrió que aquel ser tenía su rostro. Sorprendida, descubrió que había una Ellen diminuta en cada margarita, y que algunas habían caído al suelo. Las recogió con cuidado, sujetándolas como se sujeta una caricia, y reveló así el secreto de aquellas flores: en cada una había una Ellen, distinta a las demás pero al mismo tiempo semejante, pues cada una reflejaba un momento importante en su vida.
Constató que no sólo el pasado había quedado registrado. Encontró a la Ellen del presente, dormida sobre el estigma de la flor. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea disparatada: buscar el futuro.
Animada por el viento cambiante se dejó guiar por un instinto nuevo y apremiante que la cegó por un momento y la llevó junto a la flor que buscaba. No miró ninguna más, sólo aquella. Se descubrió a sí misma serena, madura. La soledad parcial que sin duda sufría la había curtido, le había enseñado a no depender de personas que no se preocupaban por ella, personas que la miraban con asco. Viéndose así, fuerte y segura, no tuvo ninguna duda: podría conseguir todo aquello que se propusiese.

4 comentarios:

  1. Punto y aparte. He vuelto. Gracias a todos los que habéis seguido aquí, espero que perdonéis mi ausencia. Vuelvo con ganas renovadas de compartir con vosotros una de mis aficiones favoritas: escribir.

    Besos de cristal.

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  2. Mas que flores, estamos quienes vemos nuestros disparatados pasados como una canasta de fruta... fruta que con el tiempo puede endurecer, secarse, madurar, suavizarse o simplemente podrirse. Excelente post. Saludos de blog a blog! Estas en lista!

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  3. Excelente texto, Me gustó leerte y te sigo. Un abrazo.

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  4. Excelente volver a leerte, extrañaba tanto tus letras siempre tan bien elaboradas que nos llevan a esos mundos solo tuyos.

    Besos

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Empaña las paredes de mi palacio con tu voz, y escribe en el cristal tu nombre :)