"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Corría. Se abalanzaba contra el asfalto como un alma desesperada que busca una salida en la oscuridad.
Dejó atrás el centro de la ciudad y se adentró en la enorme calle que desembocaba en el barrio más afectado sin dejar de correr, sin dejar de torturarse con más preguntas que se destruían contra las paredes derruidas de la ciudad silenciosa. Todo había enmudecido, sólo algunas farolas emitían una luz débil. Aquel silencio contrastaba con el ruido ensordecedor y con los gritos de pánico, cuyo eco había desaparecido. Si él no hubiera estado allí cuando sucedió, habría creído que había sido un bombardeo. Parecía la guerra; no había gente en la calle y podía sentirse en la piel el terror que allí se había sentido apenas unas horas antes. Conforme se acercaba a su hogar había más polvo en el aire, luchando contra la oscuridad en un intento de dominar la ciudad.
La desolación lo perseguía y por eso no podía aminorar la marcha. Todo se había roto; las viviendas, las aceras, las tiendas, la esperanza. Corría tan rápido y sus pies chocaban con tanta fuerza contra el suelo sucio que cada paso hacia delante sacudía su pecho y le golpeaba en las sienes. Respiraba con rabia, tragando parte del polvo que había levantado la destrucción. En su carrera fugaz miraba a un lado y a otro, empapándose de cada hueco que había reemplazado a una vida, a cientos de ellas. Intentó no gritar cuando sus ojos enfocaron perfectamente la sombra oscura del edificio donde había vivido desde el momento de su nacimiento, intentó pensar que aquello no era real, pues parecía una película de terror. Pero el miedo fue más fuerte, y Ian gritó con todas sus fuerzas. Su joven voz viajó entre las estructuras torcidas y se coló por la ventana abierta de un dormitorio que nadie volvería a habitar. Mucha gente había huido, y los que no lo habían hecho se mantenían a cierta distancia de la ciudad del Sol.
Cuando sintió que sus piernas se habían cargado tanto de adrenalina que iban a estallar, un par de personas se cruzaron en su camino y se quedaron mirando fijamente sus ojos azules como si hubieran visto un fantasma. Ian reconoció en ellos a unos ancianos que habían vivido en el edificio contiguo al suyo desde siempre. Tenían los ojos hinchados de llorar y parpadeaban mucho, como si quisieran seguir llorando, pero sus glándulas lacrimales se habían quedado sin reservas. Ian siguió corriendo, y cuando se giró, un poco más adelante, ellos ya habían vuelto la mirada a su hogar desolado, intentado comprender cómo toda una vida puede cambiar en cuatro segundos. Revivió ese momento y sus rodillas estuvieron a punto de doblarse. El peso del dolor de todos los sobrevivientes lo presionaba desde arriba. Tanto el polvo como la mirada vacía de aquellos ancianos le picaban en los ojos. Comenzó a darse cuenta de que había algunas personas más delante de sus edificios, llorando o contemplando su pasado, toda una vida. En silencio. Nunca había visto su ciudad así. Se sentía en una pesadilla horrible en la que no podía hacer otra cosa que no fuera correr, huir… Olvidar.
Pero la realidad se cernía sobre él y el paso de los dos gigantes que asolaron la ciudad era evidente, sus huellas estaban por todas partes.

3 comentarios:

  1. Extrañaba mucho leer tus textos cargados de sensaciones extrañas. Miedo a no saber lo que sigue, o de donde es que proviene todo lo que ocurre.

    Besos!

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  2. Que recuerdos, hay una parte del relato que me traspasó a sus propios sentimientos.
    Hermoso!!
    Un beso grandeee!

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  3. Es duro mirar atrás y como debe picar en los ojos la mirada vacía de unos ancianos cuando ya les falta poco…
    Un abrazo

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Empaña las paredes de mi palacio con tu voz, y escribe en el cristal tu nombre :)