"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Muerte.

Muerte. Hablamos de la muerte todos los días, a veces nos cruzamos con ella por la calle, pero aún no hemos aprendido a distinguirla a primera vista, y pasamos de largo, ignorando la mirada de ceniza que nos haría tener pesadillas durante el resto de nuestros días.
He sentido el frío que la muerte deja al pasar, ésa es la única experiencia que he tenido en lo referente a ella. Supongo que, cuando llegue el momento de sentirla en mi piel, será demasiado tarde para dejar por escrito las sensaciones que pudieran acariciarme en el último momento.

Por eso, sé muy poco. Sé que el recuerdo de una muerte te pesa en la cabeza, te tensa todos los músculos, te seca la boca y te encoge la garganta. Dolor de cabeza, mareos... Y eso sólo de forma indirecta, a través de una huella gris.

Cuando alguien muere parece increíble al principio. Es cómo si fuera un dibujo animado que deja de ser rentable a su dibujante. Desaparece. Y casi podría pensarse que nunca existió; casi.
Aunque las sombras del recuerdo son fácilmente ignorables, están ahí para quien las busca. Leves, fugaces.
Te sientes como en una película, como en un drama. Te detienes en detalles que hasta entonces considerabas insignificantes. Empatizas con los que pasan lo mismo que tú.
Lloras hasta que te arde la cabeza porque tu cuerpo te lo pide, murmuras "¿cómo?" cuando lo que realmente quieres saber es por qué.

No dices adiós, al menos, no con el corazón, porque nadie se va del todo, no mientras se le recuerda.

1 comentario:

Empaña las paredes de mi palacio con tu voz, y escribe en el cristal tu nombre :)