"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Despierta.

Siempre hay solución para todo. A veces, la solución es cerrar los ojos, poner los brazos en cruz y dejarse mecer por el agua fría.

Ellen se sorprendió al descubrir que la solución residía en el problema. La solución no era otra que crecer, por dentro y por fuera, para superar cualquier situación.
A primera vista parece fácil, pero es de ese tipo de cosas que no vemos a menos que no tengamos otra opción. Ésa era la solución: quedar arrinconada y encontrar las fuerzas para salir de allí, de aquel laberinto que tenía más salidas de las que cabría imaginar.

Cuando desvelamos nuestra fortaleza y nos sorprendemos de su magnitud, nuestra fuerza se multiplica. Es en las peores situaciones cuando más aprendemos... si despertamos a tiempo.

Por eso, cuando Ellen pensó que Ian echaba abajo su mundo, no vio que en realidad lo que hacía, de forma voluntaria, era ayudarla. Ayudarla a conocerse, a sufrir, a aprender a ser más fuerte.
Cada mariposa que batía las alas frenéticamente en su estómago daba una puntada en la herida, hasta dejarla completamente suturada.
Ellen comprendió que debía abrir los ojos al mundo tal y como era: imperfecto. Debía aprender a valerse por sí misma.

Descubrió que si reprimía las lágrimas, sus ojos siempre estarían mojados, y lo hizo en el momento en que se rindió al llanto. La primera vez lloró hasta quedar sin lágrimas, la segunda, agotó sólo la mitad de sus reservas saladas. Fue a la tercera vez, cuando relajó la cara y el corazón, cuando la sorpresa la sacudió con fuerza: una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Sólo una. Y a partir de entonces, no volvió a llorar, precisamente porque sabía que podía hacerlo cuando quisiera.

Ellen dejó de darle cien vueltas a las cosas, olvidó el futuro y se centró en el presente, que volaba con rapidez hacia el pasado. Se dejó llevar e ignoró todo aquello que no dependía de ella, pues era ridículo preocuparse por lo inevitable.

Encontró placeres pequeños, que la anestesiaban lo suficiente como para amenizar cada momento, pero sin llegar a adormecerla.
Comenzó a imaginar lo inimaginable, concibiendo ideas inconcebibles hasta entonces. Superó sus miedos paso a paso.

¿Que le daba miedo ser dependiente de Ian? Pues ella encontraba cosas que hacer para aprender a vivir sin él, sin dejar de quererlo.
¿Tenía miedo a la sangre y se mareaba con sólo oír “quirófano”? Pues comenzó a ver una serie de médicos, siendo capaz de mirar incluso en los momentos en los que operaban a un paciente, y se enganchó a la historia de amor entre la cirujana y su jefe.
¿La aterraba la idea de vivir sola? Meses antes se agobiaba con sólo imaginárselo. Pero todo cambió, y era capaz de verse viviendo sola, en cualquier parte, porque estaba segura de que podría hacerlo, y no sólo eso; se sentiría tan bien como en aquel momento, derribando muros de hormigón, superando las fronteras que ella misma se había impuesto.

Haría eso y mucho más, porque sabía que, aunque al principio le costaría demasiado, la recompensa merecería la pena.

Consiguiera o no su objetivo, el dolor la había curtido. Ni siquiera el dolor había sido para tanto. Se sentía fuerte, diferente, y feliz.
Por eso, aunque todo acabara mal, Ellen habría aprendido mucho más que si su mundo permaneciera intacto e idílico.

Comprendió que ese mundo había caído, pero los cimientos permanecían firmes, y contaba con fuerza suficiente como para construir otro, más resistente y feliz.

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