"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

viernes, 19 de agosto de 2011

Habitación 1502.

Miré una vez más sus penetrantes ojos y cerré los míos, para que fueran mi escudo.
Mis párpados pesaban tanto que me hundí en mi memoria, arañando aquellos momentos que había vivido y que me frustraban, acariciando aquellos que me susurraban palabras de amor desde la oscuridad.
Cuando volví a abrirlos me encontré en nuestra habitación londinense, la 1502. Olía igual, todo estaba en su sitio. Las toallas extendidas en la litera que no utilizábamos, el escritorio de madera hasta arriba de trastos y la pila rodeada de neceseres, champús y ropa sucia. No éramos demasiado ordenados, pero nos encontrábamos bien en aquellos metros cuadrados que compartíamos, en nuestro pequeño hogar temporal, el refugio seguro en la gran ciudad que apenas conocíamos.
Allí nos mostrábamos tal y como éramos, yo lloraba de miedo por la noche y me reía como una loca hasta que me daban ganas de ir al baño y tenía que salir corriendo de la habitación para no mojar la moqueta. Como cada vez que me encuentro feliz, tarareaba canciones que yo misma me inventaba sobre la marcha en mi lugar favorito de toda la habitación: el hueco tallado en su cuello.
Allí hablábamos durante horas sobre la gran ciudad, soñábamos despiertos y planeábamos nuestra estancia allí. Utilizando los besos como arma, luchábamos durante horas hasta que nos rendíamos en un beso que fundía nuestras almas, haciéndolas inseparables. En nuestra habitación el tiempo transcurría con frenesí, sin darnos tiempo a manejar las horas a nuestro antojo. Cualquiera era un intruso.
Creo que fueron los mejores días de mi vida. Era tan feliz que murmuraba en sueños.
Todo olía a ti, a tu ropa, al gel que usabas para ducharte, al chocolate que devorábamos juntos, aunque tú comieras el doble que yo.
Era nuestra propia galaxia, y todos los cuerpos celestes giraban en torno a nosotros, ofreciéndonos luz y calor para que tú no pasaras frío y para que yo no temiera la oscuridad.
Tú eras el centro, hacías que todo aquello funcionara. Yo me dejaba atrapar por tus brazos suaves en la felicidad que me producía una ligera sensación de vértigo en la boca del estómago.
Pasábamos las veinticuatro horas juntos, sin cansarnos de estar juntos.
Por mucho que lo haga, nunca me canso de besartem de mirarte a los ojos, de decirte te quiero.
Volví de aquel cándido recuerdo y me posé en la realidad.
Pensé en lo que te necesitaba, en todo lo que había cambiado mi vida desde que tú entraste en ella por la puerta de atrás. No me arrepentía de nada.
Pensé en que nunca podríamos utilizar la frase "se ha terminado la magia", ya que a nosotros nos unía mucho más que una chispa candente. Nunca podría aburrirme de ti, de tu cabezonería.
Tus manos me hacían cosquillas como si fuera la primera vez que tocaban mi piel. Tus besos me resultaban tan familiares y a la vez tan irresistibles...
Daba igual cuántas veces discutiéramos. Yo volvía a desear abrazarte, volvía a morir por dentro por la insaciable sed de ti que sentía cada una de mis células.
Ningunos brazos podrían hacerme sentir segura, ningún otro olor me reconfortaría como el tuyo. No había nadie en el mundo que hiciera sentir tan viva, feliz y buena persona. Tú sacabas lo mejor de mí. En tus brazos había espacio suficiente para que mis defectos se despegaran de mí y pudieran, así, ser olvidados.

Pero ahí estábamos, discutiendo otra vez. De nuevo mi miedo a perderte, a quedarme sola y mi desconfianza en todo fueron la guinda del pastel.
Te miré a los ojos y éstos me lanzaron las palabras hirientes que acababas de pronunciar, para recordármelas.
Todo lo que había reflexionado sobre nosotros se camufló bajo la rabia que sentía. Te di la espalda con furia y caminé lentamente hacia la puerta, sabiendo perfectamente que me seguías con la mirada. Oí como respirabas cada vez más profundamente.
Toqué el frío pomo de la puerta con las yemas de los dedos y lo acaricié pensativamente, recapacitando.
Sabes que suelo hacer una lista de pros y contras para tomar decisiones, y eso fue lo que hice.
Me giré y, por primer vez, abrí mi corazón mientras no dejaba de mirarte.
-Prefiero estar contigo, con todo lo que eso implica, que estar sin ti.

lunes, 15 de agosto de 2011

El día M.

Todos los años, el segundo domingo de agosto, me despertaban la banda de música y los petardos de aquellos impacientes que querían comenzar a celebrar la fiesta del pueblo cuanto antes.
Desayunaba, emocionada porque por fin había llegado aquel día, y me vestía con el complicado vestido regional: unos pololos sobre mi ropa interior, una camisa hecha a mano, la pesada falda de felpa amarilla, un corpiño bordado y las playeras de tela blanca. Sobre todo eso me colocaban dos pañuelos; uno sobre los hombros y otro en la cabeza.
Después, acompañada de toda la familia, iba al pueblo a mirar los variados puestos y, mientras yo me sentía atraída por los pendientes y las pulseras, mis padres se decantaban por los puestos de comida.
Ese día solía hacer mucho calor, y la pesada falda lo hacía aún más insoportable, pero era algo por lo que había que pasar, así que yo permanecía tal cual, encantada.
Volvíamos a casa más tarde de lo acostumbrado, y comíamos en el jardín. Por la tarde volvíamos al mercado y escuchábamos la música de las gaitas y las panderetas, que a mí me trasladaba a otro tiempo, a otro lugar. Más tarde había un desfile de carrozas y ganado autóctono, y cuando oscurecía dejábamos caer agua desde los balcones a una multitud de jóvenes que nos la pedían a gritos, y que iría disminuyendo en número con el paso del tiempo. Durante un par de años, yo me encontré entre ellos.
Cada año lo mismo. El día M se conviritó en una rutina que se desarrollaba sola.
Pero, poco a poco, las cosas comenzaron a cambiar. Desde que era pequeña hasta que cumplí los 13 ó 14 años, me vestí de montañesa, pero a partir de entonces, aquel día camabió de misión, no era para unir a la familia, sino para salir y pasarlo bien con las amigas.

Este año, sin embargo, todo ha sido diferente.
Liss y yo nos despertamos muy tarde, después de haber pasado toda la noche bailando y riendo, dejándonos la voz. Los petardos nos despertaron, como cada año, pero no quisimos escucharlos, no quisimos levantarnos corriendo para no perder ni un minuto de aquel día, al contrario, nos daba pereza poer un pie fuera de la cama. Nos quedamos tumbadas, hablando, hasta tarde y desayunamos tranquilamente para ducharnos a continuación.
Salimos, vimos el mercado y nos dejamos envolver sin demasiada convicción por los olores típicos que cubrían el pequeño pueblo todos los años.
La comida familiar degeneró. No hubo comida en el jardín; mientras mis padres y mis tíos tomaban unas cervezas en los bares, yo miraba el techo en mi habitación, sin hambre. Cuando ésta apareció, a las cuatro y media de la tarde, bajé a la cocina, con los auriculares en las orejas, cogí un trozo de tortilla de patatas y me preparé mi comida del día M. Comí sola en la cocina, escuchando música.
Por la tarde apenas podíamos tenernos en pie del cansancio, y decidimos volver a casa pronto.
Aquella noche no me levanté ni me asomé a la ventana para ver los bonitos fuegos artificiales que solía contemplar en silencio con mi abuela. Cuando pude oírlos, a lo lejos, subí el volumen de la música, porque el ruido de aquellas luces en el cielo me recordaban cuánto había cambiado todo.
Aquella noche no suspiré aliviada al quitarme la pesada falda, sino que una opresión mucho más fuerte que la que solía ejercer la falda, situada entre el estómago y el corazón, me acompañó lealmente hasta que me quedé dormida.
Me dormí entre jadeos, recordando vagamente el día y con los ojos pegajosos por las lágrimas.
Soñé con un águila enorme, que volaba sobre el valle y, a kilómetros de allí, en mi viejo colchón, anhelé su libertad.
¿Qué había cambiado aquel año? Todo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Los primeros rayos de luz se abrieron paso a través de la ventana azul hasta los ojos cerrados de Gema, despertándola. Se incorporó despacio, pero pareció recordar algo que le hizo ponerse en pie de repente. Se asomó a la ventana y suspiró de alivio al divisar el viejo barquito que se acercaba lentamente al pequeño puerto. Se despojó del camisón celeste y se cubrió con un volátil vestido blanco. No cerró la puerta tras ella ni se calzó los zapatos. Bajó corriendo por las estrechas calles de piedra, mirando hacia el puerto, buscando con desesperación el pequeño barco de color de nube. Llevaba el pelo suelto, y tanto su aspecto enmarañado como su vestido blanco le dieron cierto aire fantasmagórico, por lo que no fue nada extraño que los somnolientos pueblerinos aseguraran, más tarde, haber visto un espíritu volando frente a su ventana.
Llegó al muelle sin aliento, con los pies sucios y una gran sonrisa, y allí la esperaba Álvaro, que acababa de llegar en el viejo barco de su abuelo. Gema saltó a sus brazos, sin darle tiempo a saludar.
-¡Álvaro, te he echado de menos!
Un gracioso hoyuelo se dibujó en la mejilla del joven cuando una dulse sonrisa cruzó su cara morena.
-Pero si estuvimos juntos anoche.
-¡Calla! Me he sentido muy sola. Mis padres no están y no tenía a nadie con quien hablar.
-¿Has hablado con él?
Gema dejó de sonreír por un momento, y Álvaro advirtió las sombras rosadas que rodeaban sus ojos hinchados.
-Sí...
-¿Gema?
-Sí, pero no quiero hablar de eso. ¿Cómo va el barco? ¿Me llevarás a dar una vuelta?
Álvaro se dio por vencido, no había quien la entendiese. Con las manos en la cintura se giró y admiró la pequeña embarcación.
-Genial. Mañana dicen que va a llover, pero el sábado te llevaré a una cala muy bonita que descubrí ayer por la tarde; podríamos llevarnos la comida y hacer un picnic.
-¡Sí!
Gema volvió a sonreír con fuerza, y bailó como una niña pequeña alrededor de Álvaro. Cuando desahogó su alegría se sentó en el muelle, invitándole a que hiciera lo mismo.
-A pesar de todo, te veo contenta.
Ella desvió la mirada, perdiéndose en el horizonte azulado, y asintió con pesar.
-No voy a dejar que unas cuantas peleas me estropeen las vacaciones de verano.
-No entiendo a qué vienen tantas peleas.- suspiró él.
-Todo es por culpa de la distancia. Es muy difícil estar así, estamos acostumbrados a estar siempre juntos y...
Su blanca sonrisa se escondió de nuevo, y sus ojos se llenaron del agua salada que habían tomado del mar.
Álvaro besó con dulzura su nariz y la abrazó como un hermano mayor.
-Falta poco para que os volváis a ver.- dijo con voz extraña.
"Ése es el problema" pensó Gema. Últimamente se sentía muy confusa y asustada. Miró a Álvaro a los ojos y sintió un cosquilleo en la punta de la nariz, donde la había besado.
-Tienes la piel de gallina, ¿tienes frío?
No le dio tiempo a responder. Se quitó la chaqueta fina y la acomodó en sus hombros delgados.
El olor a Álvaro la llenó de esa sensación de culpabilidad que últimamente la acompañaba y que revolvía sus pensamientos, tornando dudosos sus sentimientos. ¿Qué pensarían si lo supieran? Se sentía vacía... Volvió a perderse en el mar, que estaba demasiado tranquilo, como a la espera de que algo ocurriese.
"Es la calma que precede a la tormenta."

miércoles, 3 de agosto de 2011

Ambrosía musical

Bajó al máximo la persiana, cerró la puerta de su habitación y apagó la luz. A tientas volvió a la cama, se colocó los enormes cascos y pulsó el play. El flujo lento de una canción fue apoderándose de la habitación oscura, colándose por cada rincón y envolviendo a José. El fantasma rosa lo arropó, acariciándolo con suaves palabras de una guitarra eléctrica. José cerró los ojos y se dejó llevar. La canción iba tomando forma y, simultáneamente, sus rizos oscuros palpitaron al ritmo marcado por la batería. Cuando la voz hipnótica inició su hechizo, él se encontraba muy lejos de allí.

Remember when you were young…

Apareció en una selva salvaje, rodeado de árboles serpenteantes y flores exóticas de tamaño desorbitado. Miles de diamantes brillaban, destacando entre el verde fantasmagórico de la flora sobrenatural. Guiado por la locura de aquellas joyas se puso en marcha, adentrándose en la selva de luz y sonido. Escondidas entre los troncos llenos de musgo se encontraban unas jóvenes desnudas, las hermosas ninfas. De sus cabellos pendían pétalos incandescentes que, inexplicablemente, no prendían en las hojas, ni en el suelo cubierto de hierba, sólo en su corazón acelerado por la droga intangible que gemía en sus venas. Las ninfas tenían las uñas decoradas con pequeños trozos de aquellos diamantes que poblaban toda la selva, y su piel olivácea creaba un bello matiz con sus ojos violetas. José no dudó ni un instante, y se acercó a ellas. Las abrazó, lloró en sus cabellos de pétalo, bebió la ambrosía de sus pechos y se dejó arrullar por sus palabras venenosas.
De repente todo cambió. La selva luminosa se transformó en un sombrío bosque, y las ninfas huyeron, dejando a José tirado en la hierba, con los labios dulces y el corazón dolorido.
Sin necesidad de abrir los ojos se dejó conducir por un instinto nuevo y palpitante, que lo condujo al centro de un claro. La música a su alrededor había cambiado: ya no era lenta, sugerente; sino rápida y amenazante.

Threatened by shadows at night, and exposed in the light.

Al abrir los ojos descubrió el cadáver de un gran lobo gris y, sin saber por qué, le abrió la boca. Las poderosas fauces no opusieron resistencia a sus manos de guitarrista, y se abrieron para mostrarle un pequeño frasco de cristal que dormía sobre la lengua del lobo, esperando. Lo tomó y observó su contenido trasparente, sin dar crédito a sus ojos. Eran lágrimas de lobo, el elixir de la inmortalidad. Cuando se disponía a destapar el frasco, el animal comenzó a desaparecer muy poco a poco, así como los árboles milenarios y el brillante rastro de diamantes que las ninfas habían dejado en su huida. Todo desapareció, incluso el frasco.

You reached for the secret too soon, and you cried for the moon.

José despertó en su habitación, a oscuras, con el corazón en la boca y un miedo que guardaba silencio en su retina. La música se había detenido.