"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Amelie se concentró en el horizonte. Le molestaban las canciones que se sucedían una tras otra en su cabeza. Una niña pequeña chapurreaba palabras sin sentido a su lado, sin dejar de sonreír. Suspiró, cerró los ojos.
Marlene la contemplaba con sus perfilados ojos marrones, miraba su cuello, el pequeño lunar que separaba su pelo corto de la piel que sus uñas rojas habían arañado noches atrás. Se mordía los labios, nerviosa, sin entrar en la acción, porque a los fantasmas no les estaba permitido tocar a la chica del precipicio. La luna sonriente mantenía alejadas las enormes nubes azules para iluminar a Amelie, que palidecía poco a poco al borde del acantilado, y a su alrededor todos eran fantasmas, reflejos de sueños inconclusos que la empujaban cada vez más cerca del abismo.
La niña pequeña lloraba.

Unas agujas se dibujaron en la luna. Tiempo. Con cada minuto transcurrido aparecía una nueva sombra junto a Marlene, que comenzaba a impacientarse. Sombras blancas que ni la oscuridad podía apagar, sombras que no hacían otra cosa que mirar a Amelie, esperando el momento adecuado para empujarla sin un solo movimiento.

Palabras. Algunas se las lleva el viento, y otras son tan pesadas que sobreviven a un huracán. Las palabras estaban prohibidas y por eso las sombras permanecían calladas, encorvadas en la noche muda, la última de todas. Ni siquiera los majestuosos búhos de plumaje castaño hicieron ruido al sobrevolar la zona, ni los lobos, que se mordieron la lengua hasta sangrar para no aullar a la luna y romper el hechizo. La sangre de los lobos se mezcló con la hierba y el cielo lloró para impedir que el riachuelo rojo rozara los pies descalzos de Amelie. No había palabras, ni ruido, pero sí dudas. Amelie dudaba porque sólo obtendría respuesta a sus preguntas lanzándose al abismo, y no estaba segura de querer conocerla. No estaba segura de nada, excepto de que la pequeña había enmudecido. Cuando se giró, buscándola, se encontró con pares y pares de ojos que se multiplicaban a su alrededor. Miró a Marlene, que estaba al lado de D. Miró sus ojos oscuros y sus labios rojos, entreabiertos. Atracción, repulsión, atracción, repulsión.

Amelie ya no era ella; era uno de los búhos. Estiró las alas y planeó sobre los fantasmas, en busca de la niña, aunque sabía que a quien realmente buscaba no lo encontraría allí. Se posó en el suelo, entre los recuerdos, y se observó a sí misma. Sus enormes ojos parecían más grandes que nunca sobre la piel, que seguía perdiendo color. Pies de bailarina, manos de pianista y cuerpo de maniquí. El tiempo se acababa. D. tocaba la guitarra un poco más allá, ignorando los labios rojos de Marlene, aunque ningún sonido era capaz de inundar el aire frío del norte. Amelie lo veía acariciar las cuerdas con los dedos y mover los labios mientras cantaba su canción, pero no podía oír nada. La lluvia tampoco hablaba. Silencio. Tica, tac. Tic, tac. Marlene se mordía el labio inferior, D. intentaba, sin conseguirlo, cantar para ella, y la frustración se abrió paso en sus ojos de color indefinido. Frustración. Frustración.

Amelie, que seguía siendo un búho, se abalanzó sobre la chica del precipicio y arañó su pecho, rompiendo su camisa blanca y despertándola del trance. Las gotas de agua se metamorfosearon en rosas negras con espinas doradas, su verdadera esencia. Amelie era una rosa de pétalos suaves y espinas punzantes que se abrazaba a sí misma para sentir algo, aunque fuera dolor. Lo único que necesitaba era un abrazo, pero ¿quién abrazaría una flor tan peligrosa? Los dientes dorados se hundirían en su carne y todo el miedo que contenía contagiaría su corazón.

Amelie cayó al abismo. No fue por Marlene, ni por D., ni por ninguno de los fantasmas que la miraban sin verla. Se dejó caer para evitar que el búho le arañase el corazón, lo único que la hacía humana. No sintió vértigo, ni miedo, sólo celos. Los celos se apoderaron de ella y la hicieron gritar, rompiendo el silencio, la calma, las normas. Gritó porque no podía más y el pecho le sangraba, porque no entendía qué hacían allí algunas sombras ni dónde estaban las que faltaban. Gritó como una loca mientras seguía cayendo, sujetándose los sentimientos con las manos llenas de sangre.

Gritó. Pero calló cuando a lo lejos, en lo que parecía el final de la caída, comenzó a formarse una imagen. Amelie vio una habitación en una pequeña pensión que tenía nombre de ciudad. Se vio tumbada en el suelo de la habitación, haciéndose la dormida. Había una cama enorme junto a ella, pero estaba vacía.

3 comentarios:

  1. Jooo me encantó el texto. Una delicia.
    Besos y susurros dulces

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  2. cuanto tiempo sin vicitarte. me gusta mucho el look del blog. lo que no ha cambiado son tus palabras. tan maravillosas como siempre!
    regresare mas seguido.

    un abrazo desde la lejania.

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  3. Parece que es un sueño... al principio dices.. "suspiró y cerró los ojos" y después aparecieron esas figuras, las sombras, los lobos. Confieso que me tomé la libertad de ponerme en el personaje la fantasmal "Marlene". Sobre todo porque tengo los ojos marrones, ¡¡enormes!! y una gran fascinación por los cuellos =)
    Es una pesadilla ¿verdad? el precipicio es la caída de la cama, creo... tal vez me equivoco... la cama estaba vacía porque cayo al "precipicio" ¿verdad?
    Aaaah!!! ojala no me equivoque, así lo percibí y fue emocionante leerte de nuevo. De verdad.
    Te dejo un beso nostálgico y...
    Lamento las ausencias,

    Mis cariños
    Mar

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Empaña las paredes de mi palacio con tu voz, y escribe en el cristal tu nombre :)