"Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt" Goethe.
De la más alta euforia a la más profunda aflicción.

lunes, 11 de enero de 2010

Sueño de Cristal (III)


Una noche, yo estaba agotada y él lo notó. Me instó a dormir un poco, prometiéndome que me despertaría antes de marcharse, para despedirnos.
Yo no quería. Cada momento con él era especial y único.
No recordaba cómo era mi vida antes de que él apareciera, cambiándola para siempre. Finalmente, accedí.
Quería recostarme en su pecho, y dormir abrazada a él.
Le creía, pero temía que, enternecido ante mi rostro dormido, rompiera su promesa.
Pero él se asustó ante esa idea. Olvidaba que era de cristal. Perfecto y bello, pero frágil.
Me imaginé lo que sucedería si mi peso fuera demasiado para su cuerpo quebradizo.
¡No! Era incapaz de imaginar algo así. Era demasiado doloroso.
No soportaba la idea de que él dejara de existir.
Existencia… Ésa era la palabra clave. ¿Existía o era un sueño? Era demasiado real para ser un sueño. Pensaba, hablaba, se movía. Y además era tangible. Recuerdo la primera vez que le toqué.
Su superficie era suave, lisa y perfecta.
Al contrario de lo que yo imaginaba, era cálida y no fría al tacto, como había supuesto.
Pero tampoco podía ser real…
“La existencia de un ser así no puede darse en la naturaleza”- pensé.
No pude seguir pensando.
Me tumbó con cuidado, en la cama, y se tumbó de lado junto a mí. Me pasó la mano transparente por encima, abrazándose a mi cintura, y entrelazó su mano con la mía, despacio, y con mucho cuidado.
Me quedé dormida con su mano sobre la mía.
Caí en picado, atravesando los oscuros límites del subconsciente, y llegué a nuestro prado.
Caminando llegué a nuestra colina, donde hablamos por primera vez.
Una hermosa luna llena reinaba en el cielo.
Me acosté en la hierba húmeda, con las manos detrás de la cabeza, como le gusta hacerlo a él.
Él… en el mundo fantástico no había leyes de ningún tipo, y la sensación embriagadora de los sentimientos se multiplicaba en aquel lugar mágico.
Mi corazón, sabedor de esta ventaja, latió desacompasado al pensar en el chico que velaba mi sueño.
Desde que lo había encontrado ya nada era igual. Ahora sólo importaba él. No se lo había dicho, pero me hubiera encantado que los días no existiesen, sólo las noches, para no tener que separarme de él.
Me daba miedo que se acabara algún día. Me aterrorizaba la idea de despertarme una noche sin haberla pasado con él. No sabía cuánto podía durar aquel sueño. Él decía que siempre. Y siempre es siempre.
Me dejé envolver por el suave recuerdo de su sonrisa, sus ojos, sus palabras… me mecí despacio, arropada por el sonido de su voz…
De repente algo se rompió. La tranquilidad en la que me encontraba se vio alterada por el sonido del cristal al resquebrajarse.
Volví al mundo real y desperté. No tendría que haberlo hecho.
El tiempo se detuvo, y un nudo molesto y tirante se formó en mi garganta.
Posé mi vista mojada en su mano, o mejor dicho, en lo que quedaba de ella.
Sin querer había apretado demasiado y se había roto. Mi sueño comenzaba a hacerse pedazos.
Apenas me percaté de que me hablaba, tranquilizándome con su preciosa sonrisa. Quise lanzarme sobre él, abrazarlo con fuerza para que nunca se fuera, para olvidar lo sucedido, para sentirme mejor…

Y llegó el momento tan temido. La primera noche en mucho tiempo que pasaría sin él.
Fue peor de lo que pensaba. Todo se volvía monótono y frío en su ausencia. No podía dejar de pensar en él, en los ratos juntos, preguntándome cuándo volvería a verlo, si estaría mejor, si había sido grave o podría recuperarse.
Pasaron días y días, y cada hora era un golpe más para mi cuerpo cansado. Un golpe seco, duro, repetitivo.
¡No aguantaba más! Quería verle, besar su mano hecha añicos y explicarle cuánto me dolía su ausencia.
Cuando llegó una noche más y las ganas de verle fueron tan fuertes que creí que no podría aguantar mucho más sin verle, apareció de nuevo.
Había olvidado lo hermoso que era. Teniendo en cuenta nuestro último encuentro no sabía muy bien cómo dirigirme hacia él. ¿Estaría enfadado? Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro mientras descifraba mis pensamientos. Supe que no.
Y, como tantas otras veces, me narró mil historias, describiéndome los personajes y lugares como si él mismo hubiera estado allí.
Pero aquella noche fue diferente.
Cambió de tema y tocó otro, delicado y tentador. Nosotros.
Me explicó que no le había molestado aquel incidente, pero me advirtió también que debíamos tener cuidado, no debía olvidar de dónde provenía, y lo más importante: de qué estaba hecho.
Había curado su mano, pero una cicatriz la recorría ahora. Una cicatriz que no se iría nunca, como tampoco se marcharía el sentimiento de culpa que se agazapaba en mi interior.
Sin embargo, este sentimiento se vio desplazado por la aparición de uno nuevo, emocionante, poderoso e inquietante.
Todavía recuerdo sus palabras:
-Creo que aún no entiendes lo que significas para mí, lo que me importas.
Daría mi mundo entero por una de tus sonrisas, una sola de esas sonrisas que me hacen perder la noción del tiempo cuando estoy contigo, que me recuerdan lo maravilloso que puede ser el mundo.
Te quiero, criatura. Te daría hasta mi alma, si tuviera.
No supe responder. Dejé que mis pensamientos fluyeran hasta él, diciéndole sin palabras que yo sentía exactamente lo mismo, pero de otra manera.
Yo le amaba como algo único e imprescindible para vivir, como se ama a la razón de tu felicidad, aquella que te roba una sonrisa nada más pensar en ella.
-No necesito tu alma… Yo… yo me conformo con tenerte aquí, conmigo…- lo pensé un instante.- Gracias por quererme.- sonreí con tristeza.

1 comentario:

  1. Oye.. me encantó este escrito!

    Gracias por haberte pasado por mi blog...! =) estaré pendiente de tus post para irtelos comentando!!

    Saludooos!

    ResponderEliminar

Empaña las paredes de mi palacio con tu voz, y escribe en el cristal tu nombre :)